Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
País: Bosnia y Herzegovina-Francia Año: 1997 Duración: 104 min. Color
Dirección: Ademir Kenovic.
Guión: Abdulah Sidran, Ademir Kenovic y Pjer Zalica.
Fotografía: Milenko Uherka.
Música: Esad Arnautalic y Ranko Rihtman.
Decorados: Kemal Hrustanovic.
Vestuario: Sanja Dzeba.
Montaje: Christel Tanovic.
Intérpretes: Mustafa Nadarevic, Almedin Leleta, Almir Podgorica, Josip Pejakovic, Jasna Diklic, Mirela Lambic, Amina Begovic, Sultana Omerbegovic, Zaim Muzaferija, Mira Avram, Bozidar Bunjevac.
Sinopsis: En Sarajevo, Adis y Kerim, dos hermanos de siete y nueve años respectivamente, encuentran refugio en casa de Hamsa, un poeta abandonado por su mujer y su hijo. Los niños han perdido a sus padres durante la guerra, aunque saben que su tía Aisa se ha refugiado en Alemania. Muy pronto, entre los niños y el poeta se establece una relación muy cordial y afectuosa que les ayuda a sobrellevar las dificultades que presenta una ciudad en ruinas.
El círculo perfecto es una película poderosa y original. Un homenaje a un pueblo resistente que durante 41 meses sufrió las consecuencias de una guerra devastadora. Un film cuyo realismo visual, duro y cortante, se rompe en contrapuntos fantásticos mediante el sueño o la imaginación de los protagonistas. Su planteamiento no pretende analizar el fondo del conflicto, cruzado de elementos políticos, culturales y religiosos o de simples odios ancestrales. Su pretensión es más limitada, presenta la guerra con sus secuelas de deshumanización y destrucción. La acción se sitúa en 1992, en un Sarajevo infernal, donde los cementerios rebosan de cadáveres y no hay sitio para más muertos, sean éstos musulmanes, ortodoxos, católicos, judíos o carentes de confesión alguna. Víctimas de la misma barbarie, la muerte les ha igualado y reunido.
Los inocentes viven en el infierno, y en El círculo perfecto los inocentes son el poeta Hamza y dos niños huérfanos, Adis, de 7 años, y Karim, su hermano mayor y sordomudo. El poeta se queda solo tras la evacuación de su mujer e hija. Sin embargo, su soledad dura poco; de regreso a casa se encuentra a dos niños durmiendo en el suelo, dos víctimas de la política de tierra quemada seguida por los sitiadores que han matado a su familia en una zona rural cercana a Sarajevo. Hamza les ayuda a buscar a su tía, Aicha, único familiar que recuerdan. Pero la búsqueda resulta infructuosa: su casa fue destruida y tras el paso por el hospital ha encontrado refugio en Alemania.
Los niños se quedan así en compañía de Hamza que les proporcionará atenciones y afecto mientras dura la poca comida que aún posee. Juntos vivirán diversas peripecias que ilustran la vida en la ciudad sitiada, cuya población busca comida, leña para calentarse, o transporta permanentemente bidones para conseguir agua a la vez que, en un clima de absoluta inseguridad, trata de evitar convertirse en la próxima víctima. Una ciudad en la que la gente sobrevive en sótanos, alarmada por unas sirenas que anuncian la inminencia de nuevas víctimas y donde el consejo que se da al llegar a un hospital es tan espeluznante como éste: “no piséis la sangre”. Una ciudad apocalíptica que Juan Goytisolo describe horrorizado: “… la ciudad que contemplo no es sino un espacio devastado, lleno de heridas, mutilaciones, vísceras, llagas aún supurantes, sobrecogedoras cicatrices. Calles e inmuebles enteros han desaparecido, ni tranvías ni autobuses circulan… los árboles han sido talados, la gente se agazapa en sus escondrijos…”.
A la destrucción responden nuestros protagonistas con un mundo de afectos y sueños, un formidable contrapunto porque muestra que la vida, aún en estas condiciones, puede estar presidida por la comprensión y la ilusión, como cuando disfrutan de una feliz estancia en la playa un día de verano, sueño infantil interrumpido por un bombardeo chetnik que se cuela en el sueño a partir de la propia realidad; o el intento de humanizar la guerra salvando a un perro cuyas patas traseras han resultado dañadas por un francotirador que siempre dispara “al tercero que pasa” y en esta ocasión el tercero era el perro. Su presencia en la película siguiendo a los niños en un carrito, invención de un vecino, es un alegato a favor de la compasión que ha abandonado el mundo de los adultos.
Si el cine juega algún papel en la construcción de un universo de valores, esta película es, sin duda, una iluminación de la locura que desgraciadamente acompaña al ser humano y a la vez, una radical defensa de la inocencia, la ternura y la solidaridad. Un poeta protegiendo a dos niños. Un desafío de desbordante humanidad en medio del horror. Obtuvo premios a la Mejor Película y Director del Festival de Tokio (1997) y la Mención Especial en la Semana Internacional de Cine de Valladolid (1997).
http://mugak.eu/revista-mugak/no-17/el-conflicto-balcanico-en-el-cine
Más información en
http://elpais.com/diario/1998/01/24/cultura/885596408_850215.html
https://www.filmaffinity.com/es/user/rating/764150/301225.html
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