Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
PERSIGUIENDO A BETTY (Nurse Betty)
País: Estados Unidos-Alemania Año: 2000 Duración: 105 min. Color
Dirección: Neil LaBute.
Guión: John C. Richards y James Flamberg.
Fotografía: Jean Yves Escoffier.
Música: Rolfe Kent.
Diseño de producción: Charles Breen.
Dirección artística: Gary Diamond.
Vestuario: Lynette Meyer.
Montaje: Joel Plotch y Steven Weisberg.
Intérpretes: Morgan Freeman, Renée Zellweger, Chris Rock, Greg Kinnear, Aaron Eckhart, Tita Texada, Crispin Glover, Pruitt Taylor Vince, Allison Janney, Kathleen Wilhoite, Elizabeth Mitchell.
Sinopsis: Una camarera de Kansas City, bajo la influencia de un culebrón televisivo, sueña con ser enfermera. Cuando su marido, un mediocre vendedor de coches, resulta asesinado decide irse a Los Ángeles, convencida de que su novio es el protagonista del culebrón, concretamente el cardiólogo. Mientras tanto, los asesinos de su marido no consiguen encontrar la droga que éste escondió en su coche antes de morir.
Ni siquiera en las comedias clásicas se ha valorado del todo las posibilidades que ofrece el género. Se ha hecho costumbre hacer la vista gorda ante muchos pecados en la obra de Sturges o Cukor, mientras que se niega toda posibilidad de brillantez dentro del panorama cómico actual, empalagosamente hegemonizado por el cine estadounidense. Y cuando del riñón de la industria del Gran Hemano surge una comedia digna se la despacha sin remordimientos al saco de la mediocridad, sistemáticamente. Esto comporta poco riesgo: criticar películas firmadas por directores sin trayectoria en un género clásico, en el que siempre se pueden encontrar referentes con los que trazar comparaciones (odiosas). Más triste aun es constatar cómo comparten una misma bolsa –la de la basura– comedias de situación con comedias de gestos, muecas, gimnasia facial y groserías llanas.
Hay, pese a todo, una comedia que mira hacia su tradición con la intención de entretener al espectador en dos niveles: disfrute instantáneo y reflexión posterior. Es el caso de casi todo el cine de Woody Allen desde hace quince o veinte años, algunas de las películas dirigidas por Joel Coen o las escasas comedias francesas que esquivan las tentaciones populistas (es el caso de Para todos los gustos, candidata al Óscar). No era el caso, en cambio, de las películas de Neil LaBute, responsable de En compañía de hombres y Amigos y vecinos, títulos que fueron definidos como ejemplos del cineasta americano con voluntad de declararse “autor” a la europea.
La tercera película de LaBute sirve de crítica a la alienación provocada por la televisión en la sociedad occidental. Hasta aquí, nada nuevo. El acierto tiene que ver con la confrontación de dos clases de locura: por un lado está la de la protagonista, una camarera llamada Betty (impresionante Renée Zellweger) que esconde sus frustraciones en su veneración de una telenovela, y que tras la traumatizante muerte de su marido parte en busca de su héroe catódico; por el otro está la locura de su perseguidor, un veterano liquidador encarnado por Morgan Freeman que, próximo a jubilarse, se lamenta por los cambios de valores entre su generación y la siguiente, lo que lo conduce a proyectar todas sus ilusiones en Betty.
Nurse Betty parte de un guión que, por primera vez, no fue escrito por LaBute. La historia, gracias a ello, tiende a huir de la verosimilitud. Y el argumento, en cierto punto, se emancipa claramente de aquello que tenemos por realidad. Pero se trata de una comedia, de una buena comedia norteamericana que no escatima homenajes a un subgénero banalizado por las comedias “románticas” contemporáneas: la screwball comedy, la comedia loca de los años treinta y cuarenta. Esa despreocupación por la realidad, que tan bien encaja con las intenciones de la trama, la convierte en heredera de esos maravillosos ejercicios de inverosimilitud premeditada que fueron las comedias de Cary Grant o Carole Lombard hace tanto tiempo. No es este el único dato que apunta a épocas pretéritas: la propia Betty, un ser candoroso, encantador y patético a la vez, retoma a los “bobos simpáticos” que protagonizaban las películas de Capra o Hawks. Y suma a esta influencia la de su obsesión por un actor famoso como evidencia de su incapacidad para discernir realidad y ficción, una constante que encontramos en títulos recientes como Todo por un sueño (Gus Van Sant, 1995), en clásicos como El jeque blanco (Federico Fellini, 1952) e incluso más allá, desde todo punto de vista, en el Quijote.
Para el joven visitante de salas de cine las referencias serán mucho más recientes pero no por ello menos eficaces, como algunas películas de los hermanos Coen, sobre todo en los (dos) violentos puntos de giro de la historia.
Mientras corre el peligro de engendrar una visión superficial de su película (creer que los trillados mecanismos de la comedia se comen las ideas de LaBute), el director desarrolla las esquizofrenias de sus personajes principales hasta provocar su encuentro, su enfrentamiento, del que surge el desenlace. Simultáneamente, en la estancia de al lado, la película ubica a sus criaturas en una situación netamente cómica que deja traslucir la verdadera alienación –más allá de la que aqueja a Betty– de la mayor parte de nuestros conciudadanos. Es la “locura” de Wesley (Chris Rock), que resulta extensible al resto de su generación y a algunas otras: la de una sociedad norteamericana que dicta el comportamiento del resto de los pueblos “desarrollados”. Una suerte de negación de lo que es y, finalmente, sale a luz.
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