Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
UN LUGAR EN EL MUNDO
País: Argentina-España-Uruguay Año: 1992 Duración: 120 min. Color
Dirección: Adolfo Aristarain.
Guión: Adolfo Aristarain con la colaboración de Alberto Lecchi.
Fotografía: Ricardo De Angelis.
Música: Emilio Kauderer.
Dirección artística: Abel Facello.
Vestuario: Kathy Saavedra.
Montaje: Eduardo López.
Intérpretes: José Sacristán, Federico Luppi, Leonor Benedetto, Cecilia Roth, Rodolfo Ranni, Hugo Arana, Gastón Batyi, Mario Alarcón, Lorena del Río.
Sinopsis: Ernesto hace un viaje a San Luis, un pueblo de un remoto valle de Argentina, para recordar su infancia y las circunstancias que han determinado su vida: sus padres se habían exiliado voluntariamente de Buenos Aires para vivir en una comunidad campesina; la llegada de un geólogo español, contratado por el cacique local para buscar petróleo, representa una amenaza para la forma de vida de los campesinos.
En La parte del león, en Tiempo de revancha, en Ultimos días de la víctima, Aristarain se fue convirtiendo en uno de los pocos directores argentinos capaces de contar una historia. A este oficio casi insólito para su medio le agregó la extraña costumbre de que en sus películas los actores de cine parecieran actores de cine. Un lugar en el mundo es también una gran historia. Pero marca una variación importante en su carrera. Del paisaje urbano, del tono de policial negro, del mundo de personajes mediocres, corruptos y desesperados que poblaban los films anteriores, no queda prácticamente nada. Esta es una película de espacios abiertos, un western y una historia de héroes, de gente que posee una consistencia edificada sobre la nobleza, el valor y la sensibilidad. En definitiva, un salto temático y ambiental en el que el realizador se ha manejado con un nuevo y luminoso entusiasmo. Ernesto (Gastón Batyi, un adolescente creíble, logro insólito en el cine nacional), que nació alrededor de 1970, es el narrador y testigo permanente de una historia que ocurre en el Noreste de San Luis hacia 1984. Su padre, Mario Dominici (Luppi, que alcanza otra vez una dimensión y una presencia gigantescas), sociólogo que vuelve del exilio para convertirse en maestro rural y líder de una cooperativa lanera de pequeños propietarios, está casado con Ana (Cecilia Roth), médica y hermana de un desaparecido. Ambos son amigos de Nelda (Benedetto, que al igual que Roth evita con expresiva sobriedad el personaje de la mujer “sufrida” y “profunda”), una monja peronista y anticlerical. Hans (Sacristán, controlado y lejos del pintoresquismo) es un geólogo español, cínico y brillante que llega como empleado del mandamás del lugar, el terrateniente y concejal Andrada (Ranni). Ernesto vivirá su primer amor enseñándole a leer a Luciana, hija de Zamora (Hugo Arana), el servil capataz de Andrada y presenciará otros acontecimientos que harán inolvidable ese invierno. La historia se compone de pequeñas fuentes de interés e incertidumbre que se integrarán paulatinamente: incógnitas amorosas, sociales, económicas, cuyas respuestas se aglutinarán para decidir el destino de los protagonistas y de la comunidad. La fuerza del relato se apoya en tres constantes que son, al mismo tiempo, tres restricciones: una tradición cinematográfica, un punto de vista y una ideología, que condicionan respectivamente al autor a la grandeza, el pudor y el olvido. La tradición es la de la obra de John Ford: los espacios abiertos, la serenidad del tono, la heroicidad de los hombres y las mujeres, la familia, las ceremonias. Dominici es el arquetipo fordiano: duro, obstinado, generoso, poseedor de una secreta sabiduría. Las mujeres son absolutamente impulsivas pero aportan amor y equilibrio de una manera típicamente femenina. Ernesto aprende a ser hombre de sus padres, a no flaquear, a vivir con el código de la dignidad. El geólogo es el personaje ilustrado y moderno que William Holden interpreta en Cabalgata de valientes* y James Stewart en Liberty Valance. Es el símbolo temido y anhelado del progreso, el hombre que conoce el ritmo de su tiempo y del que la heroína no puede evitar enamorarse. La restricción del punto de vista consiste en mirar con los ojos de Ernesto y contar, por lo tanto, sólo aquellos acontecimientos de los que el niño es testigo. El relato es así consistente y, al mismo tiempo, se mantiene en la ambigüedad porque la cámara observa, aparentemente, hechos cuya interpretación puede ser distinta para el protagonista y para los espectadores, sin que éstos posean ninguna información adicional a la que manejan los protagonistas. Pero además, permite instalar una zona de reserva y de secreto que quedará oculta para siempre y que de otra manera habría resultado un mero escamoteo. La restricción ideológica reside en haber borrado cincuenta años de historia argentina. El pensamiento que alimenta las acciones del protagonista es alguna variante del socialismo iluminista de los años 30. Una posición que le permite despreciar olímpicamente la decisión de los miembros de la cooperativa so pretexto de que éstos se han aburguesado. Para Dominici, el peronismo no existió y su conducta es la de un anarquista polaco que carece de cualquier mala conciencia frente a los vasallos de los señores feudales que rigen muchas regiones argentinas. Los años de la dictadura, a su vez, son un recuerdo doloroso pero no evocan una derrota sino la posibilidad de volver a las fuentes, en un contexto en el que el tiempo ha disipado algunas confusiones. Pero además, en Un lugar... no hay ni violencia ni erotismo explícitos, climas que Aristarain domina notablemente como lo demostró en Últimos días o en la miniserie Pepe Carvalho. A estas exclusiones deliberadas se les agrega una absoluta parquedad en la visión de los paisajes, hasta llegar casi a ocultar la naturaleza. No hay tampoco color local, personajes secundarios pintorescos ni distracciones de ninguna especie. (En esto, la estética se aparta rotundamente de la de Ford.) Este ascetismo se traduce en un alarde de economía expresiva que atenúa los picos dramáticos para hacer crecer pausadamente la emoción y permitir al espectador involucrarse en el drama mediante una simpatía cada vez más profunda y fraternal con los protagonistas. La solidaridad que los envuelve, la nobleza y seriedad de sus pasiones brillan frente a la inexorable tristeza de su destino. Hay una rara alegría que brota de la voluntad de desafiar lo irreparable, ya sea la muerte o la velocidad de los trenes, el control de las multinacionales o el éxito del cine complaciente. Un lugar en el mundo dice algo sobre esa alegría.
http://www.cinenacional.com/critica/un-invierno-para-recordar
Más información en
http://www.cinenacional.com/critica/shane-en-san-luis
*Nota del Aula de Cine: Misión de audaces en España.
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