Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
País: España Año: 1948 Duración: 132 min. B/N
Dirección: Rafael Gil.
Guión: Rafael Gil sobre una síntesis literaria de Antonio Abad Ojuel basada en la novela de Miguel de Cervantes.
Fotografía: Alfredo Fraile.
Música: Ernesto Halffter.
Decorados: Enrique Alarcón.
Vestuario: Manuel Comba y Eduardo Torre de la Fuente.
Montaje: Juan Serra.
Intérpretes: Rafael Rivelles, Juan Calvo, Fernando Rey, Manolo Morán, Sara Montiel, Juan Espantaleón, Carmen de Lucio, Guillermina Grin, Eduardo Fajardo, Maruja Asquerino, Julia Lajos, Félix Fernández, Julia Caba Alba, José Prada, Arturo Marín, Manuel Requena.
Sinopsis: El viejo hidalgo Alonso Quijano enloquecido por la lectura de libros de caballería, decide hacerse armar caballero y abandonar su aldea en busca de aventuras. Le acompaña en su andanza el campesino Sancho Panza que se convierte en su escudero y su gran apoyo moral. Tras una serie de desgraciadas peripecias, sus amigos del consiguen hacerle volver a casa para que entre en razón.
En 1941, los guionistas Rafael Gil y Juan de Orduña eran premiados por la rama de cinematografía del Sindicato Vertical por su adaptación de La gitanilla (Fernando Delgado, 1940), una de las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes. Recién acabada la Guerra Civil, la película parecía un intento de Cifesa, la empresa productora, de legitimarse ante el nuevo Estado mediante el prestigio literario del escrito español más universal. De hecho, a su rodaje fueron invitados miembros de la Real Academia de la Lengua como José María Pemán, Eduardo Marquina, Ricardo León y Joaquín Álvarez Quintero, para que certificasen ante la prensa cinematográfica el escrupuloso respeto que se estaba teniendo con la obra cervantina. El mencionado premio, por tanto, confirmaba la aprobación del producto ya acabado por parte de las instituciones franquistas.
Este aval oficial no vino, sin embargo, acompañado del beneplácito de los críticos. La mayoría solo opuso argumentos técnicos relativos a su puesta en escena, pero Antonio Román se atrevió también a poner el acento sobre la elección misma de la obra. En su opinión, desprovista de su “frondosidad retórica”, La gitanilla solo podía quedar “reducida a una anécdota inocentona y repetida en novelas y comedias desde el siglo xvi hasta nuestros días”. Hoy en día no podemos juzgar la película porque permanece desaparecida, pero el juicio de Román nos advierte del riesgo que supone adaptar a Cervantes: que las obras se vean reducidas a una desnuda sucesión de acontecimientos sin rastro de sus originales valores artístico-literarios.
Cuando siete años después Rafael Gil, también de la mano de Cifesa, aborde como director la adaptación de Don Quijote de la Mancha habrá de enfrentarse al mismo problema, agravado con la responsabilidad de celebrar el IV Centenario del nacimiento de Cervantes y de contentar, de nuevo, a las instituciones oficiales con una película que diera la versión definitiva y nacional del mito, tergiversado por manos extranjeras en ocasiones anteriores. Si la obra cumbre de Cervantes era considerada un monumento de la lengua española, y su personaje principal la encarnación de las esencias hispanas, ¿cómo podía una película estar a la altura y ser fiel a una obra tan compleja y rica en sugerencias? En definitiva, ¿qué don Quijote se podía ofrecer a un público que, no lo olvidemos, en general solo conocía el personaje de un modo vago e indirecto?
Rafael Gil y su guionista, Antonio Abad Ojuel, conscientes de la dificultad de la empresa, reconocieron que sólo podían hacer una síntesis de la obra. Es decir, reincidieron en entender su adaptación como una sucesión de episodios, donde su primer cometido era eliminar los que no atañían directamente al personaje principal y condensar los demás, sirviéndose en la medida de lo posible de los mismos diálogos utilizados por Cervantes. Esta presunta fidelidad –utópica porque toda adaptación no deja de ser una nueva creación– respondía a un reverencial respeto por el original que les llevaría, de nuevo, a solicitar la aprobación de la Real Academia Española mediante el asesoramiento de Armando Cotarelo. Sin embargo, eso no evitó que se produjeran algunos cambios.
La diferencia más evidente respecto a la obra de Cervantes es que apenas quedan indicios de los juegos metaficcionales que tanto divierten a su autor y tanto han influido en la literatura y el cine. Llegamos a ver a Sansón Carrasco (Fernando Rey) leer la primera parte del libro cuando la segunda comienza en la película, pero no se profundiza en ese juego de espejos. Al contrario, Gil y Abad Ojuel optan por una narración lineal muy convencional, pero cuyo adecuado ritmo permite que la profusión de famosos episodios de la obra se suceda ágilmente, constituyendo un compendio muy completo y ameno. Su notable ambientación –en la línea esplendorosa de las recreaciones históricas que Cifesa produjo en esos años– y sus convincentes interpretaciones, con Rafael Rivelles (don Quijote) y Juan Calvo (Sancho Panza) a la cabeza, completaron esta eficaz ilustración de la novela. Ilustración, por lo demás, sujeta a un realismo amable que evita visualizar las locuras de don Quijote, solo conocidas a través de sus palabras, y que suaviza la crudeza de algunos pasajes.
Es, por tanto, una película que responde con eficacia a lo que se esperaba en ese momento de ella: ofrecer una interpretación muy apegada al libro, sin ambigüedades de sentido en torno al ideal caballeresco ni peligrosas desviaciones expresivas –como sucederá en adaptaciones posteriores–, y asentar fílmicamente una iconografía muy conocida por los espectadores gracias a muy diversas fuentes populares. El último plano de don Quijote y Sancho Panza alejándose por el campo mientras en el cielo aparece el texto “… Y esto no fue el fin, sino el principio” es un buen ejemplo de ello, además de poner de manifiesto la inmortalidad de sus personajes.
http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/marzo_15/17032015_01.htm
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