Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
País: Francia-Reino Unido Año: 1933 Duración: 81 min. B/N
Dirección: Georg Wilhelm Pabst.
Guión: Paul Morand basado en la novela de Miguel de Cervantes.
Fotografía: Nicolas Farkas y Paul Portier.
Música: Jacques Ibert.
Decorados: André Andreew.
Vestuario: Max Pretzfelder.
Montaje: Hans Oser.
Intérpretes: Feodor Chaliapin Sr., Dorville, René Donnio, Renée Valliers, Mady Berry, Mireille Balin, Jean de Limur, Vladimir Sokoloff, Charles Martinelli, Arlette Marchal, Genica Athanasiou, Léon Larive, Pierre Labry, Louis Mafer, Charles Léger, Pierre-Louis.
Sinopsis: Adaptación musical de la famosa novela de Cervantes con el bajo operístico Feodor Chaliapin como protagonista. Se hicieron tres versiones de esta película: en francés, en inglés, que se conserva en muy malas condiciones, y en alemán, que está desaparecida.
Pocos realizadores pueden reclamar de la crítica un amor sin desvío. Pabst forma parte de esa minoría excéntrica, en confidencia perpetua con los cinéfilos. Incluso el más irregular de sus empeños, Don Quichotte (1933), figura entre las películas que hoy llaman de culto, cuya dignidad incorruptible es defendida por encima de un largo inventario de fallos. A este propósito, resulta evidente que Pabst es un poeta de primera fila. Pero es asimismo probable que ese elogio que comentamos adquiera impulso en otras razones, de orden biográfico. Veamos por qué.
Cuando Pabst conoció el proyecto, los planes de rodaje ya eran antiguos. Un empresario griego, afincado en Londres, había preparado la producción con Charles Chaplin como director y Maurice Ravel como autor de la partitura. Al final, fue el otro impulsor de la película, el actor y cantante Feodor Chaliapin, quien se puso a disposición de Pabst. No varió el libreto, redactado por Paul Morand, que antes había sido secretario de la Embajada de Francia en Madrid. Pero sí se prescindió de Ravel, cuyo proceso tumoral le impidió completar adecuadamente la música y las canciones. Al fin, fue Jacques Ibert quien estampó su firma bajo el pentagrama.
Pabst quiso convertir la suprema aspiración y el desconcierto melancólico del Quijote en un drama memorable. Sin comedimiento, planteó un largometraje ambicioso, pero tuvo que renunciar a numerosas secuencias por falta de capital. Tampoco fue fácil su labor con los actores. En este sentido, Freddy Buache considera que el punto débil de Don Quichotte radica en un reparto descompensado: “Chaliapin eclipsa a todos los intérpretes. Pabst se conforma con destacarlo a él y parece desinteresarse de los demás, que son insulsos y artificiosos, bufonescos y ridículos”. En el capítulo de los aciertos, hay que agradecer un simbolismo de lectura muy exacta. Pensemos, por ejemplo, en la hoguera donde arden los libros de Alonso Quijano: una decisión inquisitorial, transubstanciada en la quema de obras degeneradas por parte de los nazis.
Aunque conocemos principalmente la versión francesa, existen asimismo la alemana y la inglesa, distintas en su reparto. Tres idiomas, en suma, para un mismo proyecto. No nos asombremos demasiado. Un teórico de gran fama, John Grierson, conoció la película en su versión inglesa, y ello le llevó a enjuiciarla negativamente: “Puede parecer –escribía en 1933– que Pabst ha hecho un trabajo ruin con esta versión en inglés y ha permitido que un décimo ayudante de cámara la cortase”. No obstante, a la hora de matizar la palabrería desmedida y la falta de drama que acompaña al filme, nuestro crítico decidió apiadarse “de un pobre Pabst, condenado a dirigir al notoriamente indirigible Chaliapin y a mezclarse con George Robey”, un actor británico cuyo idioma “probablemente ni él ni Chaliapin entendiesen”.
A título documental, los criterios expuestos hasta ahora son útiles pero tienen fecha de caducidad. Incurren en ciertos dogmatismos –teatralidad, envaramiento– ante los que el entendido contemporáneo se alza de hombros. Recordemos que Pabst es visto a la hora actual como un maestro de una sutileza extrema. Y si bien puede haber alguien disconforme con su método estético, mucho más larga sería la nómina de los modernos estudiosos que lo aplauden sin reserva y que disculpan fallos como los citados. Para confirmar tal actitud, basta con remontarse a las opiniones vertidas por Benjamín Jarnés en 1936. Detengámonos de modo especial en la siguiente: “en la composición y orquestación de su obra, ha querido Pabst diferir de Cervantes, y en esto consiste, a mi entender, su más alta excelencia”. Añade Jarnés que “de la línea melódica del Quijote cervantino, de la sencilla trama épica en la que a trechos se prenden graciosos arabescos” Pabst hace “un todo sinfónico, un haz de vidas cuyos procesos se mezclan, se explican unos por otros, avanzan hasta el fin, claramente empujados desde abajo por sus naturales estímulos”. Y sobre éstos, aparece el héroe, “estimulado desde arriba”.
Desde luego, si nos propusiéramos ser exhaustivos, esta idea de Jarnés, que aboga por la amplitud de miras frente a Pabst, nos permitiría legitimar una lectura psicoanalítica de muy soberano alcance.
http://cvc.cervantes.es/artes/cine/celuloide/filmografia/don_quichotte.htm
Más información en
http://roderic.uv.es/bitstream/handle/10550/29332/quijote%20sin%20canon....
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