Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
EL CASTILLO DE LOS CÁRPATOS/EL MISTERIOSO CASTILLO EN LOS CÁRPATOS (Tajemství hradu v Karpatech)
País: Checoslovaquia Año: 1981 Duración: 94 min. Color
Dirección: Oldrich Lipský.
Guión: Jirí Brdecka y Oldrich Lipský basado en la novela homónima de Julio Verne.
Fotografía: Viktor Ruzicka.
Música: Lubos Fiser.
Dirección artística: Jan Zázvorka y Rudolf Stahl.
Decorados: Jirí Rulík y Ladislav Rada.
Vestuario: Irena Greifová.
Montaje: Miroslav Hájek.
Intérpretes: Michal Docolomanský, Evelyna Steimarová, Vlastimil Brodský, Milos Kopecký, Rudolf Hrusínský, Augustín Kubán, Jan Hartl, Jaroslava Kretschmerová, Oldrich Velen, Míla Myslíková, Samuel Adamcík, Jan Skopecek.
Sinopsis: En el s. XIX, un barón, dueño de un castillo conocido como “El Castillo del Diablo”, y que está obsesionado por la ópera, guarda el cuerpo de su diva favorita conservada en una cripta en el castillo. Para mantener lejos a los visitantes curiosos, el científico loco del castillo, ayudante del barón, inventa todo tipo de fenómenos para dar una reputación espeluznante al castillo.
Siguiendo los pasos de su paisano Karel Zeman, Oldrich Lipský toma prestado el poderoso imaginario de Julio Verne para realizar esta película, aunque en esta ocasión el guionista Jirí Brdecka fija su mirada en una de las obras menos conocidas del escritor francés, Le Château des Carpathes (1892), una novela donde Verne había aparcado su habitual temática científica para adentrarse de lleno en la fantasía romántica. Una fantasía, eso sí, no exenta de ciertos prodigios mecánicos.
La historia empieza cuando el Conde Teleke de Tölökö y su sirviente llegan a Werewolfville, un pequeño poblado de los Cárpatos donde los aldeanos viven atemorizados por un misterioso castillo. En una cantina, un anciano ciego y borrachín les explica la leyenda negra del lugar, pero como no parece la persona más fiable del mundo (por aquello de estar beodo perdido y no ver tres en un burro), deciden investigar por su cuenta. No tardarán en descubrir que el castillo es la sede de un maniático melómano, el Barón de Gortz, que utiliza las invenciones de un científico loco para llevar a cabo sus maléficos planes, y que para colmo de males, tiene aprisionada a la prometida del Conde, una cantante de ópera aquejada por una extraña enfermedad.
El mismo equipo que perpetró Nick Carter, aquel loco, loco detective (1977) repite fórmula, y si en aquella ocasión parodiaban las novelas de detectives, ahora es el turno de las historias de vampiros y fantasmas. El misterioso castillo en los Cárpatos sigue la línea de aquella comedia modernista, elaborando un delicioso cóctel de slapstick abstracto, humor absurdo y Art Nouveau, en un contexto que allana el camino a topo tipo de personajes absurdos, como esa cargante estrella de la ópera con dinamita en la garganta, el Barón obsesionado con las barbas (algo que nos remite a Maté a Einstein, caballeros) o el mad doctor de brazo multiusos.
De entrada, la película, se encuentra con dos factores en su contra; el primero es que Lipský y su troupe ya hace tiempo que no están en su mejor momento (por decirlo de algún modo), y el segundo es que el género terrorífico ha sido el blanco de bromas desde que Abott y Costello se vieron las caras con las viejas glorias de la Universal, allá por los años cuarenta. Esto podría ser un problema, sin duda, si no fuera porque la historia se gana a pulso los adjetivos de caprichosa y estrafalaria, y en ningún momento se conforma con realizar un suave paseo por rutas familiares, como sí hacen otras comedias de medio pelo (¿alguien ha dicho Drácula, un muerto muy contento y feliz?), demostrando una amplitud de miras muy difícil de encontrar en otras cinematografías.
Una de las principales bazas del filme es la idiosincrasia de la novela en que se basa, un cuento de hadas tecnológico que sirve como anticipo al cine, ese invento del demonio. Aunque la historia beba del tradicional relato de vampiros, el elemento vampírico se reduce a un primitivo cinematógrafo, aparato que aquí adquiere las funciones de dispositivo diabólico con el que perturbar el descanso de los muertos. Una curiosa coartada literaria que al ser trasladada al cine alcanza importantes matices autorreferenciales, entrando a engrosar las filas de las fábulas metafílmicas, tendencia que da cabida a obras tan dispares como La naranja mecánica (1971), La rosa púrpura de El Cairo (1985), Pleasantville (1998) o El show de Truman (1998).
Puede que la película no tenga ese tono vanguardista de los primeros trabajos de Lipský, pero el director checo, desde una perspectiva irónica y surrealista, logra una divertida y bizarra desmitificación de un género clásico. Jirí Brdecka, el guionista, falleció un año después de su estreno, dejando tras de sí una treintena de filmes que nos hablan de su amor al cine y su fe en la imaginación.
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