Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
País: España Año: 1956 Duración: 95 min. B/N
Dirección: José María Forqué
Guión: Torcuato Luca de Tena basado en la novela “Embajador en el infierno” de Teodoro Palacios Cueto y Torcuato Luca de Tena
Fotografía: Antonio L. Ballesteros
Música: Salvador Ruiz de Luna
Jefe de producción: Eduardo de la Fuente
Decorados: Ramiro Gómez
Montaje: Julio Peña
Intérpretes: Antonio Vilar, Rubén Rojo, Luis Peña, Mario Berriatúa, Manuel Dicenta, Miguel Ángel, Mario Morales, Jacinto Martín, Antonio Prieto, José Franco, Ricardo Canales, José Luis Heredia, Pedro Fenollar, Rolf Wanka, Reiner Penker
Sinopsis: Un grupo de soldados de la División Azul es capturado por los rusos y condenado a veinticinco años de trabajos forzados en Siberia, todo un infierno de penalidades, con la incertidumbre de no saber si podrán regresar a España.
Embajadores en el infierno (1956, dir. José María Forqué), es el principal film de la trilogía cinematográfica dedicada al mundo de la División Azul de la que a mi entender forma parte junto a La patrulla (1954, dir. Pedro Lazaga) y La espera (1956, dir. Vicente Lluch). Junto a esta trilogía podemos encontrar referencias a esta unidad en los siguientes films: La condesa María (1942, dir. Gonzalo Delgrás), Carta a una mujer (1961, dir. Miguel Iglesias), De camisa vieja a chaqueta nueva (1981, dir. Rafael Gil) y Dulces horas (1982, dir. Carlos Saura).
He calificado de principal a Embajadores en el infierno porque es la única dedicada exclusivamente a los hombres de la División, ya que si La patrulla explica perfectamente las motivaciones que impulsaron a muchos de aquellos hombres a participar en la lucha contra el comunismo, al mostrarnos el marco político, social e incluso psicológico imperante en España en aquellos momentos, La espera se centrará en las vicisitudes de los familiares de los divisionarios durante su participación en el conflicto y durante el largo cautiverio que sufrieron los aproximadamente 300 prisioneros.
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La trama de Embajadores en el infierno se basó en la novela homónima del capitán Teodoro Palacios Cueto (el oficial de mayor rango hecho prisionero por los rusos) y Torcuato Luca de Tena, en la que se narra el cautiverio de once años sufrido por los soldados españoles que cayeron en manos de los rusos y su posterior repatriación. El hilo conductor de los 103 minutos de narración cinematográfica son las experiencias del capitán Palacios, figura central del relato, en tal grado que únicamente en un episodio no es el protagonista principal y casi único.
A pesar de haber sido dirigida por el aquel entonces novel director José María Forqué –que recibió el encargo como un regalo caído del cielo según sus propias palabras–, la auténtica paternidad de Embajadores en el infierno hay que adjudicársela a Torcuato Luca de Tena, que como he comentado anteriormente, fue coautor de la novela, tuvo la idea de plasmarla en imágenes, escribió el guión, financió el film y además participó activamente en la realización del mismo.
El rodaje de Embajadores en el infierno se inició en otoño de 1955 quedando listo para su montaje en abril del siguiente año. Durante todo este tiempo, el tándem Luca de Tena-Forqué sufrió el acoso, a veces incluso físico, de los ex-divisionarios de pensamiento falangista totalmente disconformes con la imagen que, tras haber leído el libro, pensaban que ofrecería la película de los soldados, más concretamente de sus relaciones con el capitán Palacios y de sus reacciones frente a la presión de sus guardianes rusos. Por contra, recibió todo el apoyo logístico necesario del Ejército, que proporcionó hombres, materiales e incluso camiones soviéticos de la Guerra Civil. Apoyo comprensible en buena lógica si pensamos en la continua exaltación del espíritu patriótico y militar de la película y que, por si fuera poco, el ministro del Ejército en aquellos momentos era el general Agustín Muñoz Grandes, primer jefe de la División Azul.
Uno de los objetivos primordiales, totalmente alcanzado por otra parte, del equipo de filmación fue conseguir un elevado grado de autenticidad. Para ello no se escatimaron esfuerzos ni humanos (se contó, por ejemplo, con un asesor militar y con un asesor de excepción, el antiguo sargento divisionario Ángel Salamanca, para la reconstrucción de ambientes y decorados) ni materiales (sirva como botón de muestra el hecho de que el campo de prisioneros donde transcurre el 90% de la historia fue reconstruido tres veces en su totalidad hasta conseguir el efecto deseado); Forqué contó incluso con la ayuda de la naturaleza, ya que la noche previa al inicio del rodaje de las escenas invernales cayó una tormenta de grandes proporciones que, aunque ocasionó ciertos problemas técnicos, permitió rodar unas imágenes nevadas de gran belleza y autenticidad, más propias de la misma Rusia que de España. Este afán por el realismo explica también la hábil intercalación de imágenes del No-Do en la última secuencia del film, que narra la llegada de los prisioneros a Barcelona en el barco de la Cruz Roja Semíramis.
El estreno de Embajadores, el 17 de septiembre de 1956 en el Palacio de la Música de Madrid, vino precedido de una gran campaña publicitaria en todos los medios de comunicación1 y tuvo, como es obvio imaginar, un gran éxito de crítica con la excepción, eso sí, de los rotativos más cercanos al pensamiento falangista, Arriba, Solidaridad Nacional y el semanario cinematográfico Primer Plano, que, aunque admitían la calidad del film, argumentaban que presentaba una imagen velada de la División al omitir casi completamente cualquier referencia a su contenido e ideario político –el falangista– que, según su punto de vista, eran la nota característica y diferenciadora de la unidad.
Es de suponer que mucho mayor hubiera sido su rechazo si Embajadores en el infierno hubiera sido exhibida tal y como salió por primera vez de la mesa de montaje. En esta primera versión faltaban las únicas imágenes en las que se muestra claramente el talante falangista de la unidad (unos soldados entregando el emblema del partido, el yugo y las flechas, al capitán Palacios) y las secuencias con voz en off (al principio del film, afirmando que la lucha de la División era una continuación de la Guerra Civil y que, al acabar la II Guerra Mundial, en todo el mundo ya reinaba la libertad menos en Rusia, sic.), que se añadieron por orden del triunvirato que formaban Muñoz Grandes (ministro del Ejército), Arrese (ministro del Movimiento) y Arias (de Información y Turismo), tras haberla visionado en una sesión privada. Los tres, falangistas o con fuertes simpatías hacia el Movimiento, prohibieron su exhibición si no se añadían estas escenas, ya que la consideraron lesiva para los intereses de la Falange, de la cual no se hacía mención como tal. Desde su punto de vista, esta reacción es comprensible ya que todo el film es una exaltación, como hemos dicho anteriormente, del espíritu militar, pero sólo de los oficiales de carrera, en contraposición con la imagen de los soldados: vacilantes, pusilánimes, fácilmente sobornables por los rusos, sin espíritu, etc. Si recordamos cómo se formó la División, se comprende, de un lado, la intención de Torcuato Luca de Tena y, del otro, el rechazo y las críticas de los sectores falangistas.
Esta visión interesada y velada ya se aprecia en la obra literaria, pero se intensificará con la incorporación de escenas y situaciones que no aparecen en el libro (lo que evidencia claramente que Torcuato tenía muy claro el potencial propagandístico del cine) e, incluso, con la alteración de algunas. La más evidente y políticamente más significativa, es la que se produce en la respuesta que el capitán Palacios dará en el primer interrogatorio público a que son sometidos los prisioneros y que paso a reproducir aquí:
«—¿Su religión?
—Católica, apostólica y romana.
—¿Partido político?
—Anticomunista (en la novela afirma Falange Española Tradicionalista)
—¿Motivos de su incorporación a Rusia?
—Luchar contra el comunismo».
[…]
Vemos por tanto cómo este largometraje, tanto en su contenido como en su concepción, es un fiel reflejo de la lucha que a todos los niveles, y ya desde el mismo inicio de la Guerra Civil, entablaron dentro del Régimen los elementos falangistas y los militares, estando éstos últimos aliados en la mayoría de las veces con los círculos monárquicos. De hecho considero que la película no es puramente un reflejo de esta lucha intestina que tuvo como perdedor al movimiento falangista, sino que fue de hecho un elemento de esta lucha, ya que no hay que olvidar el papel propagandístico que jugó, al ser uno de los pocos films que abordó, aunque de forma indirecta, las relaciones Ejército versus Falange y porque además fue, como se preveía desde el inicio de su concepción, un gran éxito de público.
[…]
Dos consideraciones. De una parte, parece obvio que, si finalmente se autorizó la exhibición del film, mostrando a la División Azul como una unidad militar clásica, fue, además de por el declinar de la fuerza de la Falange dentro del aparato estatal, porque interesaba enormemente hacer creer que tras el envío de la División estaba el régimen, postulado totalmente falso, ya que en realidad durante toda su formación, estancia en el frente y posterior repatriación, el gobierno –y esto se puede apreciar en los noticiarios cinematográficos, por ejemplo– puso el énfasis justamente en lo contrario: aquella aventura era la acción de un partido, no del Estado, evidentemente para evitar las posibles consecuencias en caso de que Alemania perdiera la guerra. Vemos, pues, que Embajadores en el infierno se constituye mediante la metodología apropiada en un documento histórico perfectamente útil para investigar y conocer el momento político, interno y externo de España, en un momento clave de su historia contemporánea.
Para acabar, hay que señalar que, tomado en su conjunto, Embajadores en el infierno es una representación de la historia de España, justamente del periodo que relata el film. En éste, un militar y un grupo de soldados rasos son acosados y encerrados por una fuerza externa (los rusos), pasando por situaciones de miseria material y humana, pero logran resistir gracias a la convicción y la buena guía del oficial, que finalmente los devuelve a España por la «puerta grande», es decir, con todo el reconocimiento y con la «integridad intacta». En la realidad, España, gobernada por un militar –Franco–, había sentido el acoso y vacío de casi todos los países del orbe, pasando penalidades y graves escaseces materiales, para finalmente también ser reconocida y volver a la normalidad por la «puerta grande», aunque sólo fuera oficialmente, ya que en realidad los acuerdos hispano-americanos eran más bien una transacción mercantil que un pacto diplomático.
(Sergio Alegre, “Embajadores en el infierno”, en De Pablo, Santiago (ed.), La historia a través del cine. Europa del Este y la caída del muro. El franquismo, Zarautz, Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco, 2000, pp. 81-96)
La versión completa del artículo puede consultarse en https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/1199121.pdf
Y el libro en el que se incluye el texto en https://addi.ehu.es/bitstream/handle/10810/15545/UWLGHI2629.pdf?sequence...
Más información en:
http://www.publicacions.ub.es/bibliotecadigital/cinema/filmhistoria/ArtA...
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5_embajadores_en_el_infierno.pdf | 2.2 MB |
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