Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
LA BESTIA Y LA ESPADA MÁGICA
País: España-Japón Año: 1983 Duración: 108 min. Color
Dirección y guion: Jacinto Molina.
Fotografía: Julio Burgos.
Música: Ángel Arteaga.
Decorados: Félix Murcia.
Montaje: Roberto Fandiño.
Intérpretes: Paul Naschy, Sigheru Amachi, Beatriz Escudero, Junko Asahina, Violeta Cela, Yoko Fuji, Conrado San Martín, Gerard Tichy, José Vivó, Yoshiro Kitamachi, Sara Mora, Elena Garret, Jiro Miyaguchi, Charlie Bravo, Antonio Durán, Seijun Okabe, José Luis Chinchilla.
Sinopsis: Europa, siglo XVI. Condenado a convertirse en hombre lobo las noches de luna llena a causa de una maldición lanzada sobre su antepasado Irineus Daninsky, Waldemar busca desesperadamente una cura. Así descubre la existencia de un sabio en Japón que parece conocer el antídoto para su mal...
“En remotos tiempos y cuando toda fantasía era posible nació la trágica leyenda de Waldemar Daninsky y su eterna maldición”. Con estas palabras da comienzo La bestia y la espada mágica / Ohkami-otoko to samurai (1983), décima película sobre las andanzas del licántropo polaco creado por Jacinto Molina – siempre y cuando contemos con la invisible Las noches del hombre lobo / Les nuits du loup-garou (1968) de René Govar –, y una de las mejores, si no la mejor, de todas las que componen el ciclo dedicado al personaje. Al contrario de lo que era habitual en la saga, en esta ocasión la historia se desarrolla bajo los cauces de la fantasía heroica, algo que en su momento supuso una bocanada de aire fresco a una franquicia que comenzaba a dar muestras de agotamiento y a lo que probablemente contribuyera el éxito obtenido en aquellas fechas por Excalibur (Excalibur, 1981) de John Boorman. Al menos, así parecen demostrar secuencias tales como la de la aparición de la katana mágica, en las que el influjo ejercido por la cinta británica resulta innegable.
Uno de los aspectos que más destacan y llaman la atención de La bestia y la espada mágica es el buen provecho que en esta ocasión logra sacar Naschy de sus conocimientos históricos, logrando hacer verosímil una historia desarrollada a caballo entre dos épocas distintas y ambientada en tres lugares bien diferentes entre sí. No obstante, su gran valor radica en la habilidad para mezclar dos estilos tan alejados en sus características como son la fantasía occidental y la oriental. Así, por un lado, hay cabida para elementos tan propios de las leyendas populares europeas como el propio hombre lobo, del cual se incluye gran parte de su imaginería tradicional a través de elementos como que la maldición se cumpla en el séptimo hijo varón, o que la cura pueda hallarse en una planta tibetana, si bien ello tampoco sea óbice para ciertas licencias, como, por ejemplo, que Kian logre repeler el ataque del licántropo formando la señal de la cruz, como si de un vampiro se tratara. Por otra parte, tampoco faltan ingredientes tan caros a la tradición nipona como las brujas y hechiceras habitantes de castillos fantasmales defendidos por ejércitos de espectros que acechan a los mortales para poder utilizarlos en su propio beneficio. Es en esta mezcolanza donde reside gran parte de la riqueza de la película; ninguna iconografía se impone a la otra, sino que, todo lo contrario, se complementan y confluyen de tal modo que llegan a parecer formar partes de un mismo todo. Claro que para conseguir este grado de unión entre ambas culturas algunos elementos son sometidos a un proceso de adaptación. Tal es el caso del maquillaje del licántropo, el cual pretende ser un guiño al kabuki japonés, pero cuya tosca factura acaba restando expresividad a las transformaciones de Daninsky, o la característica daga de Mayenza, aportación personal de Naschy al mito licántropo, que aquí es reconvertida en una katana de plata.
Pero al tratar un tema como éste, en el que se encuentran culturas tan herméticas, diferentes y, hasta cierto punto, desconocidas entre sí, a lo largo de la cinta también se deja entrever la idea del miedo a lo extraño, a lo extranjero, llegándolo a culpar de ser el portador del mal. De este modo, en el primer tramo de la película, aquél que tiene lugar en la corte de Ottón el Grande, el mal estará representado por los magiares, es decir, los invasores, de los que se rumoreara que son vampiros sedientos de sangre que de no ser matados en combate volverán de la tumba para vengarse de sus verdugos. Una vez la historia se traslade a Toledo, serán los cristianos quienes renieguen del sabio judío y de sus visitantes, amparándose en sus extrañas prácticas y ropajes, y alegando supuestos aquelarres y prácticas demoníacas. Por su parte, cuando la acción llegue a Japón y comiencen a sucederse los asesinatos, las pesquisas de los investigadores, y con ellas sus sospechas, se centrarán en averiguar quiénes son y qué hacen en el país del sol naciente los extranjeros recién llegados.
Rodada en el momento más álgido de la carrera de Molina como director, durante su metraje no es difícil hallar numerosos elementos habituales de su cine, bien sea la siempre recurrente idea del amor como liberador, el prólogo ambientado en la Edad Media, o el más común de todos, aquel que demuestra la gran influencia que la Universal y, más concretamente, sus cócteles de monstruos, marcaron en la obra del cineasta madrileño, por medio del enfrentamiento de Daninsky con una bruja. Sin embargo, otra de las constantes más características del cine naschyano, presente en mayor o menor medida a lo largo de su obra, la dualidad de la mujer como amante y como encarnación del mal, queda esta vez relegada a un segundo plano, pese a encontrar hasta cuatro papeles femeninos con bastante representatividad dentro de la trama. Quizás por ello, la tan habitual carga erótica esta vez es eliminada casi por completo.
Decíamos que La bestia y la espada mágica es uno de los mejores títulos de la saga Daninsky; no solo eso, sino que también se antoja como uno de los más conseguidos del propio Naschy y, por ende, del fantástico nacional, a pesar de que su exagerada duración acabe por provocar cierta dilatación en su clímax final. A tal valoración no es ajeno el tratarse de una coproducción con Japón, ya que es en las secuencias desarrolladas en aquel país donde mejor se muestra la película, luciendo un diseño de producción, una coreografía en las luchas y, en fin, un acabado técnico y una riqueza de medios impensables para una cinta de estas características realizada en nuestro país durante aquella época. El mejor exponente de tal circunstancia se encuentra en la escena en la que el sabio Kian se enfrenta a la bruja y a su ejército fantasmal en las ruinas de su viejo castillo, la cual parece estar sacada de cualquier clásico del fantástico nipón. Junto con lo ya señalado, otro de los aciertos del filme radica en la idea de restar protagonismo a Waldemar Daninsky, por mucho que la historia gire en torno a su figura, y con ello minimizar las apariciones de un actor tan limitado como Molinaschy, cargando así con el peso de la cinta la estrella japonesa Sigheru Amachi, un intérprete bastante más preparado y solvente que aquél, no siendo este un único caso aislado, pues, por lo general, el nivel interpretativo del elenco japonés se muestra muy por encima del de sus compañeros españoles.
https://cerebrin.wordpress.com/2011/05/06/la-bestia-y-la-espada-magica/
Más información en
http://cineultramundo.blogspot.com.es/2014/10/critica-de-la-bestia-y-la-...
http://revistacultural.ecosdeasia.com/un-hombre-lobo-espanol-en-japon-la...
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