Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
MADAME CURIE
Dirección: Mervyn LeRoy.
Guión: Paul Osborn y Paul H. Rameau basado en el libro “Madame Curie” de Eve Curie.
Fotografía: Joseph Ruttenberg.
Música: Herbert Stothart.
Dirección artística: Cedric Gibbons.
Decorados: Edwin B. Willis.
Vestuario: Irene.
Montaje: Harold F. Kress.
Intérpretes: Greer Garson, Walter Pidgeon, Henry Travers, Albert Basserman, Robert Walker, C. Aubrey Smith, Dame May Whitty, Victor Francen, Elsa Basserman, Reginald Owen, Van Johnson, Margaret O’Brien.
Sinopsis: Cuando la científica polaca Marie Sklodowaka se casó con Pierre Curie, ambos trabajaron juntos en experimentos que les permitieron aislar dos nuevos elementos químicos: el polonio y el radio. Los dos fueron galardonados con el Premio Nobel de Física en 1903. Después de la muerte de Pierre, Marie Curie prosiguió sola sus investigaciones y además fue la primera mujer que ocupo una cátedra en la Universidad de París. En 1911 recibió el premio Nobel de Química.
Hay una idea muy sugerente que refulge, entre líneas, en Madame Curie (1943), de Mervin LeRoy, y que desdice y complejiza los aparentes patrones convencionales tanto narrativos como genéricos en los que parece inscrita. La equiparación entre la condición 'invisible' del elemento químico Radio, que no cristaliza pero que refulge en la oscuridad, y la excepcional complicidad afectiva entre la pareja formada por Marie (Greer Garson) y Pierre Curie (Walter Pidgeon), dos 'elementos químicos' que, en principio, parecen antitéticos, ya que en el primer tramo de la obra, planteada con sutiles toques de comedia, ambos declaran su rechazo al matrimonio, o más en concreto, consideran que una relación sentimental estable y duradera supondría una perturbación para su prioridad en la vida, la investigación científica. La odisea que relata esta elegante y bella obra, en paralelo, o entre líneas, a la peripecia externa, que dura largos de años, de las esforzadas y perseverantes investigaciones y pruebas y experimentos para lograr hacer 'visible' al radio; descubrirlo, en suma, tener constancia material de que está 'ahí', es la modélica relación de equipo que forman en todos los sentidos esta pareja, que supera todas las adversidades, siempre 'juntos'. Ese 'entre', esa relación cómplice y compenetrada, es puro fulgor, el 'radio' de una relación excepcional, que brilla en la oscuridad.
En este sentido hay que consignar que al guionista es el dramaturgo Paul Osborn que en su admirable último guión, el de la extraordinaria Río Salvaje (1960), de Elia Kazan, amplificaba la complejidad de las resonancias de los conflictos emocionales (de contención o desbordamiento espontáneo de las mismas), utilizando de metáfora la construcción de un embalse que conllevaba la anegación de unas tierras de un entorno natural. El logro científico, cuyo proceso es narrado con pormenorizada minuciosidad, con admirable utilización de las transiciones temporales, y que incide, también, en cómo se aparta de las convenciones genéricas del biopic, género de moda entonces desde mediados de los 30, se equipara en el logro afectivo de esta relación afectiva que hace cuerpo la noción de reales 'compañeros', entre la afinidad y la colaboración, la generosidad y el apoyo, en donde ninguno de los dos superpone su ego, sino que ambos se admiran profundamente, y se animan cuando el otro decae (hermosa es la secuencia en la que ella le declara toda su admiración por su talante; hay que considerar además, que ella, en aquel fin de siglo del XIX, es una mujer que sobresale en un mundo de hombres: ejemplificado en la secuencia en la que él la apoya encendidamente ante el tribunal de autoridades científicas). De este modo, bajo unos mimbres aparentemente tradicionales, se revela un relato nada convencional, una odisea amorosa que alcanza lo sublime sin necesidad de apoyarse en mimbres fantásticos, como en otras obras admirables de aquellos años, como Su milagro de amor (1945), de John Cromwell, El fantasma y la señora Muir (1947), de Joseph L Mankiewicz o Jennie (1948), de William Dieterle.
La pareja formada por los Curie supera todos los límites considerados visibles, un equipo que brega durante años para realizar un logro conjunto, en el que resplandece la idea del sacrificio como ofrenda generosa de amor, ya que Pierre presta todo su apoyo a la investigación de Marie, aunque implique relegar sus propias investigaciones. Por eso, el final es tan dolorosamente bello, porque sólo hay un límite el que se interpone en su amor, el de la muerte, a través de un absurdo accidente (anunciado en la presentación de Pierre: su tendencia a cruzar la calle, imbuido en sus pensamientos, sin mirar si se acerca algún carruaje), y más aún cuando había ido a comprar unos pendientes para su amada, como celebración de su triunfo (una noche para la que, por primera vez, ella se había ataviado con un elegante vestido). Un rasgante lirismo, siempre contenido, como el conjunto del relato, se adueña de las secuencias finales (el rostro enmudecido de Marie, sumida en el silencio durante días), tan inmensa era la unión que se había creado entre ambos: la irradiación de un fulgor excepcional (qué bello el plano en el que él besa los dedos de Marie, quemados por la radiación).
Hay reencuentros, tras largas décadas, que suponen un imprevisto asombro, como me ha ocurrido con Madame Curie (1943), de Mervin LeRoy, un cineasta que no alcanza el reconocimiento de otros grandes del melodrama, como estilistas refinados además de autores con compleja visión personal, como Max Ophuls o Douglas Sirk. LeRoy era lo que se conoce como un artesano, sin duda muy irregular. Su obra a partir de los 50 no sobrepasa la discreción, pero tiene obras muy brillantes, como éste, Soy un fugitivo (1931) o Niebla en el pasado (1942). Fue quien propulsó el proyecto de El mago de Oz y descubrió a Clark Gable, y quizás revisando su obra se pueda descubrir alguna otra joya como ésta. Remarcar la brillante atmósfera que crea la fotografía de Joseph Ruttenberg, el modélico guión de Paul Osborn, que después escribiría para Kazan los de Al este del Edén y Río Salvaje, y los toques de comedia en las secuencias con los padres de Pierre, o aquella en la que se declara Pierre a Marie. Una de esas películas que reconcilia con lo 'posible' en la vida.
http://elcinedesolaris.blogspot.com.es/2010/09/madame-curie.html
Más información en
Área de Cultura. Edificio Paraninfo. Pza. Basilio Paraíso, 4. 50005 Zaragoza 976 762 609
cultura@unizar.es / Atención al público: lunes a viernes 9:00 a 14:00 h
Oferta de estudios
Perfiles