Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
País: España Año: 1954 Duración: 96 min. B/N
Dirección: Rafael Gil.
Guión: Vicente Escrivá y Ramón D. Faraldo basado en la obra teatral homónima de José Antonio Giménez Arnau.
Fotografía: Alfredo Fraile.
Música: Cristóbal Halffter.
Jefe de producción: Juan de Rada.
Decorados: Enrique Alarcón.
Montaje: José Antonio Rojo.
Intérpretes: Rafael Rivelles, Francisco Rabal, Lyla Rocco, Gerard Tichy, Carmen Rodríguez, Ricardo Calvo, Fernando Sancho, Félix de Pomés, Antonio Prieto, J. Manuel Martín Pérez, Porfiria Sanchiz, Carlos Acevedo, Maria Piazzai.
Sinopsis: Diego Acuña fue uno de los cinco mil niños llevados a Rusia durante la Guerra Civil española (1936-1939). Educado en el comunismo y preparado para actuar como agitador internacional, trabaja en Francia y en Italia a las órdenes de Goeritz, alto cargo del Partido. Un día le confían una delicada misión: colaborar en el asesinato de su padre, que representa un importante obstáculo para la actuación clandestina del comunismo. Para ello se traslada a España, fingiendo que lo hace por hastío de la doctrina soviética…
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, el único estado fascista que sobrevivió a la victoria Aliada fue el español, encabezado por el general Francisco Franco, cuyos principales enemigos políticos, según el discurso oficial del régimen, estaban localizados en tres frentes: el social-comunista, el demoliberal-masónico y el populismo católico que cuestionaba la autoridad de la Iglesia. Virtualmente aislado de la comunidad internacional, con una economía estrangulada por las sanciones de la ONU, el régimen encontró una salida a su situación exacerbando su furibundo anticomunismo durante la Guerra Fría. Un anticomunismo, conviene decir, que años antes, entre 1941 y 1943, empujó a Francos a romper la “neutralidad” que mantuvo en la Segunda Guerra Mundial, cuando envió a los 50.000 integrantes de la 250.ª División de Infantería (División Española de Voluntarios), más conocida como División Azul, a combatir junto con los nazis en el frente ruso. Un anticomunismo que justificó también la brutal represión interna del régimen, que culpabilizaba a los hijos de Marx de todos los males de España, antes, durante y después de la Guerra Civil. Como sentenció Ramón Serrano Suñer, Ministro de Asuntos Exteriores entre 1940 y 1942, en un célebre discurso: “¡Rusia es culpable! Culpable de nuestra guerra civil. Culpable de la muerte de José Antonio. El exterminio de Rusia es exigencia de la historia y del porvenir de Europa…”.
En consecuencia, a partir de la década de los cincuenta, los estrategas políticos de Washington empezaron a considerar a la España franquista como un aliado fiable para la estabilización del sur de Europa, a lo que cabía añadir su privilegiada ubicación geoestratégica en el mediterráneo. Así pues, en febrero de 1950, los Estados Unidos desactivaron en la ONU el ostracismo diplomático al que se había condenado a España en 1946 y, con ello, las sanciones económicas. Y tres años más tarde, el 23 de septiembre de 1953, tras dieciocho meses de negociaciones, se firmaron los Pactos de Madrid, unos “acuerdos ejecutivos” firmados entre Estados Unidos y España según los cuales se instalarían en territorio nacional cuatro bases militares norteamericanas, tres aéreas (Morón, Zaragoza y Torrejón de Ardoz) y una naval (Rota) a cambio de ayuda financiera y militar. Esta alianza comportó, el 14 de diciembre de 1955, el ingreso de España en la ONU y, cuatro años después, el 21 de diciembre de 1959, la visita del presidente Dwight D. Eisenhower a España como parte de una gira para consolidar los vínculos de Estados Unidos con países aliados/anticomunistas, sin importar si sus gobernantes respetaban la democracia o los derechos humanos.
Curiosamente, a pesar del agitado trasfondo político e histórico expuesto, el cine español no fue especialmente activo, a la manera de Hollywood, en luchar contra el comunismo desde el cine. Sin embargo, Murió hace quince años sería la mejor expresión de un cine franquista decididamente anticomunista, fundamentado en la representación de dos mentalidades antitéticas. Basada en una obra teatral de José Antonio Giménez-Arnau y Gran (1912-1985), diplomático, escritor, periodista y miembro de La Falange, fundador de la Agencia EFE y amigo personal de Ramón Serrano Suñer, Murió hace quince años plantea la lucha contra el comunismo desde la defensa de la religión y de la familia: sin Dios y sin familia es imposible la existencia de una sociedad civilizada y de la vida humana.
Durante la Guerra Civil española, Diego (Francisco Rabal), el protagonista, es “exiliado” a la Unión Soviética junto con otros niños españoles bajo el pretexto de evitarle los sinsabores de la guerra. Una vez allí, el pequeño y sus compañeros serán sometidos a un proceso de (de)formación ideológica y “moral” que, una vez concluido, les convertirá en agentes comunistas destinados a otros países europeos (occidentales) para provocar todo tipo de disturbios sociales al dictado de los intereses de la URSS. Un día, Diego recibe la orden de trasladarse a España para actuar al amparo de su familia biológica, pues su padre, Acuña (Rafael Rivelles), es un alto cargo gubernamental encargado de la lucha anticomunista: el joven agente tendrá que ganarse su confianza para poder arruinar, desde dentro, sus operaciones. Sin embargo, el contacto con su familia lo hunde en una terrible crisis personal, al sentirse inmerso en un mundo cálido y humano que no alcanza a comprender. Su tormento se agudiza cuando su jefe directo, Goeritz (Gerard Tichy), le encarga su última misión en España: preparar el asesinato de su padre…
Rafael Gil (1913-1986), conocido realizador ultraderechista, dotado, eso sí, de un notable talento para la narrativa fílmica, presenta el adoctrinamiento del joven Diego en la URSS como un pernicioso “lavado de cerebro” mediante un calculado encadenado de planos –abundan los contrapicados y la descripción de las aulas comunistas como cuartos sórdidos, tristes, dominadas en ocasiones por retratos de Iosif Stalin o por escudos con la hoz y el martillo, representación de la unión del proletariado industrial y el campesinado–, incidiendo así en la deshumanización de los hombres y la corrupción de las mujeres: la “amiga” de Diego, Irene (Maria Piazzai), una agente comunista como él, es retratada como una especie de prostituta que alivia la soledad y las congojas de sus compañeros… Por otro lado, España le recibe desde la superioridad de sus valores éticos, basados en el amor pero también en el respeto a la autoridad paterna… y a Dios. La escena en la que Diego se enfrenta a un crucifijo tras instalarse en la habitación de su infancia provoca en él la misma reacción de miedo que el primer abrazo de su padre en el aeropuerto, pues gracias a un plano detalle advertimos que lo que el joven ha visto (y teme) es el escudo del Estado español, cosido en el uniforme de su progenitor… Una reacción que Diego experimentará ante el cuadro de su madre, fallecida años atrás, colgado en el salón… Un universo de amable cotidianidad que será capaz de exorcizar el mal de su interior, y que culmina con la excelente secuencia final, digna del mejor thriller hollywoodiense, en la que Diego desmantelará, aún a riesgo de su vida, la conspiración comunista.
(Navarro, Antonio José,“Murió hace quince años”, en Choque de titanes: 50 películas fundamentales sobre la Guerra Fría, Barcelona, Editorial UOC, 2017)
Más información en
http://www.publicacions.ub.edu/bibliotecadigital/cinema/filmhistoria/Art...
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