Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
PAULA (Framed)
País: Estados Unidos Año: 1947 Duración: 82 min. B/N
Dirección: Richard Wallace.
Guion: Ben Maddow según un argumento de Jack Patrick.
Fotografía: Burnett Guffey.
Música: Marlin Skiles.
Dirección artística: Stephen Goossón y Carl Anderson.
Decorados: Wilbur Menefee, Sidney Clifford y Fay Babcock.
Vestuario: Jean Louis.
Montaje: Richard Fantl.
Intérpretes: Glenn Ford, Janis Carter, Barry Sullivan, Edgar Buchanan, Karen Morley, Jim Bannon.
Sinopsis: Mike Lambert, ingeniero de minas sin trabajo, llega a una pequeña ciudad conduciendo un camión cuyos frenos fallan, lo que le hace chocar con otro vehículo cuando lo detiene. En el café La Paloma conoce a la seductora Paula...
Qué poco cambian los tiempos. En Paula (1947), de Richard Wallace, Lambert (Glenn Ford), un hombre honesto cualificado (es ingeniero), se encuentra en la tesitura de buscar cualquier trabajo para ganarse la vida, y se ve enredado en una trampa que le tienden para incriminarle (a ese alude el título original, ‘framed’) una pareja que quiere enriquecerse robando aprovechándose de su imagen de ‘respetabilidad’. La circunstancia en ‘precipitación’ en la que vive Lambert, y en la que se verá envuelto, queda bien reflejada en la primera secuencia. Lambert conduce un camión con problemas con los frenos, y cuando logra detenerlo no puede evitar el colisionar con una camioneta aparcada. Queda bien definido su temperamento, y clara su actitud honesta cuando se enfrenta al empresario de la agencia de transportes que no quiere abonar una indemnización al dueño de la camioneta, Cunningham (Edgar Buchanan). El enfrentarse al ‘poderoso’ conlleva no sólo que no cobre sino que se vea detenido, pero para su sorpresa no tendrá que pasar once días en la cárcel, porque la multa la paga Paula (Janis Carter), la camarera por la que se ha sentido atraído en el bar La Paloma. Claro que lo que le ha atraído de él a Paula es otra cuestión, y no precisamente la ‘caridad’. Tras dejar a Lambert en una habitación de hotel, durmiendo la borrachera, en una impecable transición, que refleja la clandestinidad de sus actos en la silenciosa noche, se encuentra con Price (Barry Sullivan, vicepresidente de un banco). Ambos han tramado quedarse con un sustancioso botín del banco, pero necesitan un chivo expiatorio, alguien como Lambert que tiene constitución parecida a Price, aunque no sus rasgos, pero esto no será problema porque su plan implica despeñar el coche de Price (y hacer pasar el cadáver de Lambert por él).
El guion de Ben Meddow, que años después adaptaría la novela de William Faulkner en Intruder in the Dust (1949), de Clarence Brown, o la de W.R. Burnett en La jungla de asfalto (1950), de John Huston, y tras ser ‘estigmatizado’ en la lista negra, los de Johnny Guitar (1954), de Nicholas Ray, o la adaptación de la novela de Erskine Cadwell, La pequeña tierra de Dios (1958), de Anthony Mann, aunque ambas las firmara Philip Yordan, hila con impecable precisión esa maraña que envuelve a Lambert, y que hilan Paula y Price. Esa concisión, por ejemplo, queda bien reflejada en la secuencia de la tensa conversación entre Price y su adinerada esposa, en la que ella reconoce que pese a estar ocho años casados no le conoce, y que, efectivamente, su padre tenía razón cuando le calificó antes de que se casara con él como un oportunista. La narrativa se teje sobre los azares y las manipulaciones. El azar posibilita que Lambert sea empleado por Cunningham cuando se ofrezca como trabajador (en lo que influye la actitud que mostró Lambert al defenderle ante el empresario), en lo que es determinante que Cunningham vaya a cobrar un dinero en el banco por su mina. Cuando Paula se entera por Lambert llama a Price para que le niegue el crédito. Al salir del despacho enojado Cunningham, el largo plano que dedica Wallace a la secretaria ya se intuye que no es arbitrario. Efectivamente, será acusado de la muerte de Price por esas amenazas. Porque no es Lambert quien muere, porque Paula tenía otros planes.
El azar posibilita que Lambert descubra en el baño de Price una bata con el nombre de Paula, lo que le hace tomar consciencia de que está siendo engañado, pero su decepción la ahoga en el alcohol, y Paula sabe que no recuerda nada de lo que ha hecho cuando está borracho, por lo que a quién mata en el coche (una secuencia que claramente evoca a El cartero siempre llama dos veces, como otros aspectos de la obra) a quien mata es a Price para hacer creer a Lambert que él lo mató cuando estaba borracho, aprovechándose de esa amnesia. No hay nada ni nadie que la detenga en su propósito de conseguir ese dinero, y será capaz de usar un veneno en el café cuando cree que Lambert ha descubierto su verdadera identidad. Pero Lambert ha abierto los ojos, o ha empezado a saber ser estratega (y disimular cuando es conveniente) en su esfuerzo por conseguir las pruebas que incriminen a Paula. Hay obras como ésta que son reflejo de su tiempo, y que más de cuarenta años después no dejan de ser un mordaz espejo sobre una sociedad sostenida sobre la codicia, el engaño y la corrupción.
Paula (Framed, 1947), es un muy estimable film noir de Richard Wallace, no estrenado en su momento, una pequeña y modesta joya desconocida, como el cine de su director, del que se puede recordar otra interesante obra como Perseguido (1943). El notable guion de Ben Maddow adapta un argumento de John Patrick, con una afilada visión sobre la sociedad de la postguerra en la que la codicia y la falta de escrúpulos no escatimaban medios para propiciar el enriquecimiento (y a costa de los demás), algo que no ha variado mucho más de cuatro décadas después. La excelente dirección de fotografía es de Burnett Guffey.
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