Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
País: España Año: 1957 Duración: 103 min. B/N
Dirección: Antonio Isasi-Isasmendi
Guión: Antonio Isasi-Isasmendi y Luis de los Arcos
Fotografía: Joaquín Hualde
Música: Xavier Montsalvatge
Jefe de producción: Antonio Irles
Decorados: Juan Alberto
Montaje: Emilio Rodríguez
Intérpretes: María Rosa Salgado, Vicente Parra, Albert Hehn, Tomás Blanco, Luis Induni, Arturo Fernández, Jesús Colomer, Carlos Lloret, Malte Jaeguer, Francisco Piquer, Augusto Lluch, Luis Orduna, Miguel Fleta, Margarita Lozano, Olga Torres, Paco de Osca, Amparo Baró, Lida Baarovaá.
Sinopsis: Andras Pulac, un joven pianista, se niega a interpretar un concierto en honor de una alto dirigente soviético, como muestra de rebeldía ante la invasión Hungría (1956). Su negativa, aunque él no lo sabe, perjudica a los organizadores de una manifestación contra la crueldad comunista, pues se había escogido su concierto como consigna. Cuando Pulac se entera, acepta dar el concierto. Andrés y Maria Kondor, hija de un periodista comunista, están enamorados y deciden casarse antes del concierto. Mientras tanto, la represión comunista en las calles provoca la ira del pueblo húngaro y da lugar a una auténtica revolución.
Rapsodia de sangre pertenece a la primera etapa de la filmografía de Isasi-Isasmendi, la fase que podría llamarse “Nacional”, aunque ya apunta algunas de las características de su período más brillante, tales como la utilización de intérpretes extranjeros –aunque aquí en roles secundarios– y una temática situada también allende nuestras fronteras. Estrictamente hablando no se trata de una película de guerra, sino más bien de un film de “Guerra Fría”, uno de los títulos con los que el cine español se apuntó a la cruzada anticomunista, denunciando los horrores del “Terror Rojo”, en este caso poniendo en imágenes la insurrección de Hungría y su posterior represión a sangre y fuego por parte de las fuerzas soviéticas, coyuntura en la que se enmarca la historia de un joven pianista magiar, simpatizante de la causa rebelde y enamorado de la hija de un importante periodista afecto al régimen prosoviético, es decir, una especie de versión de Romeo y Julieta que se desarrolla en la turbulenta Budapest de octubre y noviembre de 1956.
Vendría, por lo tanto, a unirse a una serie de películas militantes que, básicamente en las dos primeras décadas del régimen franquista, defenderían las posiciones políticas e ideológicas del bando triunfador en la Guerra Civil española, al mismo tiempo que censuraban y condenaban las de los vencidos. Títulos como la inefable Raza (José Luis Saénz de Heredia, 1941), Murió hace quince años (Rafael Gil, 1954), Lo que nunca muere (Julio Salvador, 1954) o Embajadores en el infierno (José María Forqué, 1956), se adentraron por dicha senda, con mayor o menor fortuna cinematográfica, aunque también una película del citado Forqué La noche y el alba (1958), así como la película de Isasi Tierra de todos (1961), sugieren la necesidad de cicatrizar las viejas heridas, algo que curiosamente coincide con la política expresada por el Partido Comunista de España (PCE) a partir de 1956, cuando empiezan a soplar aires de deshielo en Moscú.
La orientación ideológica de Rapsodia de sangre, pues, es clara, aunque consigue orillar la tentación de caer en lo meramente panfletario. Es evidente que en ella existen buenos y malos, pero ni los comunistas son unos monstruos con cuernos, rabo y pezuñas –simplemente están equivocados y hacen daño, porque han desterrado a “Dios” de sus vidas–, ni tampoco se ahorra alguna ligera crítica hacia los sublevados. El amor, hacia los demás y hacia el propio “Creador”, es lo que eleva a los hombres y a las mujeres a un superior plano espiritual, y no las disolventes doctrinas materialistas y ateas, que además son incapaces de traer la felicidad a las personas. Un mensaje humanista cristiano típico de la posguerra, muy de derecha democristiana, y que en aquel momento podrían firmar –y filmar– también el cine francés, el alemán o el italiano. A este respecto, es muy significativo el personaje de la novia del pianista, a quien su padre –un comunista ortodoxo– ha impuesto el nombre de “Lenina” (que es también el de uno de los principales personajes de la novela antiutópica de Aldous Huxley Un mundo feliz, publicada en 1932). Su prometido, en cambio, prefiere llamarla “María”, en una pirueta onomástica trocando el marxismo por la tradición cristiana.
La película utiliza material de archivo –de hecho, dos de sus personajes son una pareja de reporteros italianos, que se juegan la vida por informar al mundo del heroísmo de los patriotas magiares–, aunque recrea también competentemente algunos combates y escenas de acción, sin ir más lejos la que ilustra el momento culminante de la película, cuando Andras y la recién “bautizada” María logran ganar la libertad en la vecina Austria, cruzando la frontera entre ambos países en el interior de una locomotora lanzada a toda velocidad. Algunos de los exteriores de la película están rodados en Barcelona –en algunos planos aparece la Plaza de Sant Jaume, actual sede de la Generalitat–, y también en Bilbao, con la ría del Nervión haciendo las veces de la orilla del Danubio.
La pareja protagonista, cuyo limpio y puro amor es puesto a prueba por las excepcionales circunstancias históricas del momento, está interpretada por Vicente Parra y María Rosa Salgado. Parra (Oliva, Valencia, 1931-Madrid, 1997) fue el galán romántico por antonomasia del cine español de la segunda mitad de los años 50. Se inició muy joven en el teatro, como meritorio, y poco después debutó en el cine, donde varias películas impondrían su figura, sensible, simpática y un poco relamida, en títulos como El expreso de Andalucía (Francisco Rovira Beleta, 1956) Fedra (Manuel Mur Oti, 1956) o El batallón de las sombras (Manuel Mur Oti, 1957).
Sin duda alguna el papel de su vida sería el del joven y restaurado monarca borbónico en la supertaquillera ¿Dónde vas Alfonso XII? (Luis César Amadori, 1958), al lado de Paquita Rico. Tanta fue la popularidad que le supuso esta película, que poco después rodó una secuela, ¿Dónde vas, triste de ti? (Alfonso Balcázar, 1960). Pero a partir de ahí su cotización bajaría en picado. En el cine español de los 60, tanto en su faceta más comercial como en el que intenta abrir nuevos caminos con dignidad, no parece haber sitio para él, aunque a principios de los 70 protagonizará un par de películas del polémico Eloy de la Iglesia, La semana del asesino (1971), en un insólito papel de “psycho-killer” suburbial que trabaja a diario en una fábrica charcutera, y Nadie oyó gritar (1973), junto a Carmen Sevilla. Nunca dejó del todo el teatro, que fue su refugio en los malos tiempos, e incluso tomó parte en alguna serie de televisión. Falleció prematuramente, con sólo 66 años, a consecuencia de un cáncer. En cuanto a María Rosa Salgado (Madrid, 1929-1995), reseñar que participó en películas tan destacadas como Balarrasa (José Antonio Nieves Conde, 1950), El inquilino (José Antonio Nieves Conde, 1957), El cebo (Ladislao Vajda, 1958), A un Dios desconocido (Jaime Chávarri, 1977) o Sonámbulos (Manuel Gutiérrez Aragón, 1978). Estuvo casada con Pepe Dominguín, hermano de Luis Miguel, el célebre matador de toros.
Muy curiosa es la presencia en el reparto de Lida Baarová, que interpreta a la atormentada esposa de un oficial soviético, antiguo pianista que abandona la música para consagrarse en cuerpo y alma al Partido.Baarová (Praga, Imperio Austrohúngaro y actual República Checa, 1914-Salzburgo, Austria, 2000), fue una estrella en el cine alemán de los años 30, unida sentimentalmente al actor Gustav Fröhlich. La pareja habitaba una lujosa villa en Wannsee, en las afueras de Berlín (donde tendría lugar la tristemente célebre conferencia en la que se planificaría la “Solución Final”, es decir, el Holocausto judío, a principios de 1942) y uno de sus vecinos era nada menos que el doctor Joseph Goebbels, el todopoderoso Ministro de Propaganda del Tercer Reich. Baarová y Goebbels se convirtieron en amantes, pero al parecer Hitler desaprobaba esa relación, y la actriz acabó por abandonar el país, regresando a su Praga natal.
Tras la guerra llegará a ser condenada a muerte, al ser considerada como colaboracionista, pero al final su nuevo amor, que era sobrino del Ministro del Interior de la nueva Checoeslovaquia comunista, logró que fuera perdonada. Proseguirá con su carrera como actriz en Austria, Argentina, México, Italia y España. A destacar su intervención en Los inútiles (I vitelloni, Federico Fellini, 1953), e incluso en alguna película de R.W. Fasbinder, ya en los años 70. Indudablemente su rocambolesca biografía resulta bastante más interesante que sus limitadas dotes interpretativas.
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