Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
País: Reino Unido Año: 1982 Duración: 93 min. Color
Dirección y guión: Jerzy Skolimowski.
Fotografía: Tony Pierce Roberts.
Música: Stanley Myers.
Dirección artística: Tony Woollard.
Vestuario: Jane Robinson.
Montaje: Barrie Vince.
Intérpretes: Jeremy Irons, Eugene Lipinski, Jirí Stanislav, Eugeniusz Haczkiewicz, Edward Arthur, Denis Holmes, Renu Setna, David Calder, Judy Gridley, Claire Toeman, Catherine Harding, Jill Johnson, David Squire.
Sinopsis: Londres, diciembre de 1981. Cuatro obreros polacos liderados por su capataz, Nowak, llegan al aeropuerto de Heathrow cargados de herramientas y haciéndose pasar por simples turistas. Su verdadero propósito es reformar la casa de su jefe de forma clandestina y sin visado de trabajo. Nowak, el único que habla inglés, se entera por la televisión del establecimiento del estado de excepción en Polonia, pero decide no contárselo a sus compañeros.
Premiada al Mejor Guión en el Festival de Cannes de 1982, gozó de una buenísima acogida por parte de los asistentes al certamen, si se exceptúan, precisamente a los espectadores polacos. Por lo visto, el film les resultó demasiado prudente, sospechoso, lejano de la actitud rotunda con que ya se había manifestado, por ejemplo, Wadja sobre la situación en su país en El Hombre de Hierro y, antes, en El hombre de Mármol. Sin embargo, no creo que pueda afirmarse que Moonlighting sea una película débil o ni siquiera dudosa, respecto a los acontecimientos de diciembre de 1981.
Rodada en veintitrés días, sin detenerse sábados ni domingos, casi inmediatamente después de la irrupción militar es, sin duda, una forma de superar la depresión a que puede inducir al autor el drama polaco, vivido a distancia. Se trata de una reacción vital, emotiva, sobre todo y, quizá por ello, menos racionalizada y analítica. Se piensa poco en los hechos y en la causa-efecto. Pero se reciben en pleno espíritu los golpes de la historia sin tomar parte en el desarrollo de la historia misma.
El director no adopta el estilo documental. Tampoco intenta lanzarnos sus tesis a martillazos de cine panfletario. Ha escogido el camino de la fábula política. Un tratamiento humano y poético a un tiempo. La política interesa en cuanto toda la vida privada de la gente. Esta es la particular perspectiva desde la que el cineasta polaco afincado en Inglaterra construye su sentida reflexión sobre los sucesos de Polonia. Pero Moonlighting es también algo más una metáfora fílmica.
Cuatro albañiles polacos llegan a Londres para reformar la vivienda que su jefe, también polaco, ha adquirido en la ciudad. El relato cinematográfico se articula con una facilidad narrativa evidente, a partir del “trabajo clandestino” que llevarán a cabo durante un mes justo en aquella casa de Owens Garden, de sus relaciones con el entorno social, y de las noticias de Polonia que cuidadosamente les oculta su capataz, Nowak, el único del grupo que habla y entiende inglés. La historia, sencilla en su planteamiento y evolución, desvela, a poco que se detenga uno en la consideración de esta amarga película, una riqueza de contenidos muy notable.
Se presenta en primer lugar, una historia de emigrantes aislados, en un país cuya lengua le es extraña, al igual que sus costumbres. Gente sin un chavo, concentrados en su trabajo, que padecen la separación de sus familias, la desconfianza de los vecinos, incluso el desprecio y los insultos de los trabajadores ingleses. En sus escasas salidas buscan el guetto polaco –y también en él se sienten humillados–, descubren el espectáculo pirotécnico del consumismo occidental y acarician los labios con latas de Coca Cola.
El trabajo ha de realizarse en treinta días. Tienen ya cerrados los pasajes de avión para su regreso. Es un trabajo “negro”. Todos se benefician. Nowak marca el ritmo y controla la situación. A medio camino entre los trabajadores y el dueño, desde su singular tierra de nadie, ejerce de jefe, policía y de padre. Es un explotador que a su vez sabe que es explotado, y su actitud paternalista, llega al hartazgo. En resumidas cuentas, la casa parece más un penal para trabajos forzados, aunque esté situado en el paraíso del mundo libre. Por eso la actitud servil y resignada de la cuadrilla oculta dentro una bomba de efecto retardado que acabará por estallar.
Nowak es un pequeño y asustadizo reyezuelo, engendrado inevitablemente por el oscuro mundo de sus subordinados y por el poder que le confiere el dominio de la lengua. Asume las responsabilidades propias y ajenas, teniendo el grupo una dependencia absoluta sobre este líder, que no es de hierro ni de mármol. Skolimowski dibuja un retrato del líder antiheroico que, en realidad, no está nada lejos de los personajes chaplinescos, y que se mueve y comparta como los tipos de Jacques Tati.
A este mundo cerrado –el de la comedia humana del poder encarnado en fin y a partir de los débiles– se le priva de la verdad, de su verdad, por razones de supuesta piedad. Es quizás el mayor de las privaciones. Y más cuando esa piedad tampoco es limpia. Tras el alzamiento de los militares no podrían volver a Polonia aunque quisieran. Pero también es muy posible no permitiera el regreso sin antes no haber terminado el trabajo. La realidad de fondo permanece oculta, tanto por motivos proteccionistas, como por intereses mezquinos. Y aquel pequeño tirano, quemando las cartas, organizando turnos de teléfono sin sentido y arrancando carteles, resulta ridículo. Pero no deja de inducir a la compasión.
La interpretación parabólica brota de manera casi espontánea. El dictado entre dos fuegos, la censura, la ley marcial, el hundimiento de la obra comenzada, la insolidaridad de los vecinos, etc.; son elementos presentes en la historia reciente de Polonia y el relato que construye Skolimowski con aquellos hombres en aquel lugar. También el clima de asedio se repite analógicamente. A uno y otro lado del teléfono acontecen hechos que responden a una misma retórica.
El tono distante que ha impuesto el autor de la película, en lo referente al análisis político, no le priva a la película de una intensa emoción. Finalizada la película queda un poso de mala conciencia, si no hemos traspasado la piel de la comedia. Porque lo que se ve en la película es tan irreal, tan absurdo, como la realidad que vivieron los polacos en 1981 y que en la actualidad siguen viviendo.
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