Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
LA HORA INCÓGNITA
País: España Año: 1964 Duración: 99 min. B/N
Dirección y guión: Mariano Ozores.
Fotografía: Godofredo Pacheco.
Música: Adolfo Waitzman.
Jefe de producción: Jesús García Gargoles.
Decorados: José Antonio de la Guerra.
Montaje: Pedro del Rey.
Intérpretes: Emma Penella, José Luis Ozores, Antonio Ozores, Carlos Ballesteros, Mabel Karr, Enrique Vilches, Mercedes Muñoz Sampedro, María del Carmen Prendes, Elisa Montés, Rafael Arcos, Carlos Estrada, Luis Prendes, Fernando Rey, Julita Martínez, Jesús Puente.
Sinopsis: Por una confusión en los cálculos o una avería en los dispositivos de lanzamiento, un proyectil teledirigido con cabeza atómica se ha salido de su órbita y se sabe que va a caer en una zona habitada. Se ordena evacuar el lugar, pero algunas personas, por una razón u otra, han decidido quedarse. Hasta la caída del proyectil, podemos observar su vida cotidiana, sus defectos y ambiciones.
Pues ya iba siendo hora que apareciera aquí una película española y no precisamente en el apartado de cine cutre. Lo que hace merecedora a esta película de tener su rinconcito aquí es su argumento, realmente inédito en toda la filmografía española. Recordemos que eran los años más duros de la Guerra Fría. La amenaza atómica flotaba sobre la población con más fuerza que nunca. El año anterior, sin ir más lejos, había acontecido la crisis de los misiles de Cuba. Para quien no sepa de qué iba la cosa recomiendo ver Trece días (Roger Donaldson, 2000) que lo explica muy clarito. España, a pesar de su aislamiento, no era insensible a este peligro y de ahí surgió esta atípica película que recoge el título de un film similar dirigido por Stanley Kramer y protagonizado por Gregory Peck, La hora final, también acerca de un holocausto nuclear. Pero lo que más sorprende del título que nos ocupa es su director, Mariano Ozores. Su sólo nombre ya nos transporta a un tipo de comedia carpetovetónica, de humor simplón (para fontaneros lo calificó una vez Pilar Miró), dirección plana y presupuestos ínfimos.
La hora incógnita nos lo muestra aquí como un director técnicamente dotado y con algunas ideas de puesta en escena más que interesantes. Así, esa imagen del borracho (magistralmente interpretado por José Luis Ozores) surgiendo de debajo de la tierra mientras, al fondo, los últimos camiones militares abandonan la ciudad ya desierta, o ese encadenado del panel de luces de un ascensor con los intermitentes de una automóvil averiado denotan todavía el interés por un uso creativo de las imágenes. Una creatividad que desgraciadamente estaría ausente en el 99% de la filmografía de este director.
Con ello no quiero decir que la película sea una obra maestra, ni mucho menos. De hecho, uno se queda pensando que hubiera sido de este argumento en manos más capacitadas como Fernán-Gómez, Marco Ferreri o el gran Edgar Neville, mayormente porque ellos eran mejores guionistas que Ozores. Y es que el guión adolece de unos diálogos en muchas ocasiones demasiado acartonados, inverosímiles. Los motivos de algunos personajes para permanecer en la ciudad a pesar del desalojo son a veces bastante risibles (la familia que se negaba a abandonar su casita que con tanto esfuerzo les había costado hacerse, el anciano que se queda buscando su gato…), por no hablar de esa moralina religiosa que obliga en un momento determinado a todos a arrodillarse en una iglesia y rezar. Por si el mensaje de la película no quedara claro, Ozores (cuya sutilidad nunca ha sido su fuerte) realza el discurso en boca de algunos de sus protagonistas: “Si todavía queda algo noble en nosotros, esto será un aviso, una llamada a la cordura a tanta experiencia peligrosa…” dice el personaje interpretado por Fernando Rey, sacerdote, para más inri.
Pero estos puntos débiles no deben ensombrecer los aciertos (que los tiene) de esta singular pieza. Los momentos brillantes también se suceden en la película, como el instante en que los personajes, ya reunidos, descubren las habilidades que pueden poner al servicio de una posible solución para salvar sus vidas, o cuando tienen que decidir quiénes de ellos son los más adecuados para montar la única motocicleta con gasolina que queda en la ciudad.
El reparto, por otro lado es más que competente. De todos ellos, como ya he señalado, destaca un impresionante José Luis Ozores (de lejos el talento más grande de esta familia) que sabe dotar a su personaje del suficiente patetismo como para superar unos diálogos mediocres y evitar la mera caricatura. Resulta curioso, sin embargo, ver a su hermano Antonio fracasar en su empeño, dotando a su personaje de un tonillo cómico fuera de lugar en esta obra y que a todas luces nos hace sospechar que no lo hace como contrapunto a toda la tensión de la trama si no porque no tiene más que un registro, a la postre el que le hemos conocido toda la vida.
En definitiva, una obra que por su singularidad dentro de la raquítica filmografía española de los años del tardo-franquismo merece muy mucho su visionado. Producida por la familia Ozores, obtuvo buenas críticas, incluso ganó algunos premios del sindicato, pero hundió a la productora ante el estrepitoso fracaso comercial de la película. Eso sin duda, debió influir en el devenir posterior de la carrera de Mariano. Quince años después rodaría Los bingueros, película que reventó taquillas, convirtiéndose en la más comercial del año. País este de locos, ¿no?
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