Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
ÚLTIMO DESEO
País: España-Estados Unidos Año: 1976 Duración: 94 min. Color
Dirección: León Klimovsky.
Guión: Vicente Aranda, Joaquim Jordà y Gabriel Burgos según un argumento del último.
Fotografía: Miguel Mila.
Música: Miguel Asins Arbó.
Decorados: José Algueró.
Montaje: Soledad López.
Intérpretes: Nadiuska, Alberto de Mendoza, Teresa Gimpera, Emiliano Redondo, Julia Sali, Tomás Picó, Antonio Mayans, Diana Polakov, Leona Devine, Ricardo Palacios, Carmen Platero, Estela Delgado, Barta Barry, Gumersindo A. López, Gonzalo Tejada, Adolfo Thous, María Perschy, Paul Naschy.
Sinopsis: Un grupo de hombres de negocios y militares prominentes disfrutan de un fin de semana en un burdel rural. Pero en el exterior, el apocalipsis nuclear borra la Europa que conocían. Lo único que queda son seres humanos cegados.
El origen de Último deseo se remonta al interés de un grupo de inversores norteamericanos por realizar una película en España para su posterior distribución en los Estados Unidos, motivo este por el que su rodaje debía desarrollarse en lengua inglesa. Para tal fin, el grupo capitaneado por el futuro director de Viernes 13, Sean S. Cunningham, se pondría en contacto con el productor local José Luis Renedo, quien les ofrecería llevar a cabo un guión escrito por Gabriel Burgos, Joaquim Jordà y Vicente Aranda[1] con la intención de ser dirigido por este último. Sin embargo, “tras múltiples vicisitudes dignas de tener su propia película”, en palabras de Ramón Freixas y Joan Bassa[2], el proyecto acabó recayendo en las artesanales manos de León Klimovsky, profesional cuyo perfil venía a ser la antítesis del responsable de La novia ensangrentada y uno de los principales abanderados de la llamada Escuela de Barcelona.
A esta singular gestación se uniría el hecho de que su material de partida fuera una mezcla poco disimulada de Saló o los 120 días de Sodoma con La noche de los muertos vivientes y El día de los trífidos, según la novela de John Wyndham, dando como fruto un pastiche de evidentes analogías con la Tetralogía Templaria de Amando de Ossorio, por entonces de cierto éxito fuera de nuestras fronteras. Y más exactamente, con su segunda y mejor entrega, El ataque de los muertos sin ojos, con la que, entre otros elementos, comparte un núcleo central idéntico, con un grupo de personajes recluidos en un emplazamiento único ante las acometidas de un grupo de asaltantes carentes del sentido de la vista.
Por otra parte, la cinta se inscribe de lleno en dos corrientes cinematográficas muy propias de su época; la una de orden genérico y la otra referente al contexto socio-político que rodeó a su producción. En primer lugar, dada su adscripción a los parámetros imperantes en la ciencia ficción coetánea, presentes tanto en el perfil de su historia, encuadrada dentro de los terrenos del terror nuclear, como en el pesimismo de su desenlace, muy similar en su tono al visto en títulos como El planeta de los simios, Cuando el destino nos alcance o La tierra olvidada por el tiempo. Y en segundo, por un remarcado contenido erótico en consonancia con la revolución que en este sentido se estaba produciendo en la sociedad española a raíz de la muerte del general Franco, que si bien no se deja notar de forma más gráfica en su contenido por razones obvias –la película fue rodada en 1975, es decir, el mismo año en que fallecería el dictador–, al menos sí que provocaría que llegado el momento de su estreno el título original con el que fue filmada, Planeta ciego, fuera sustituido por el mucho más sugerente con el que hoy es conocida[3].
Ante todo este cúmulo de circunstancias, lo más lógico sería pensar que el producto resultante acabara por acusar tan diversos condicionantes. Sin embargo, éste consigue ser interesante dentro de sus posibilidades y limitaciones gracias a la eficacia exhibida en su realización por León Klimovsky. A pesar de que su labor no esté exenta de ciertas imperfecciones –cf. esos afectados por el haz nuclear que se han preocupado de ocultar sus ojos tras vendas o gafas oscuras–, el mérito del hispano-argentino reside en mostrarse más contenido de lo que en él era costumbre, olvidándose de sus queridos zooms y limitando su inconfundible estilo visual a la mínima expresión –apenas sí se deja notar en los psicodélicos títulos de crédito, resueltos a base de escenas del film reveladas en un colorido negativo–. Por el contrario, Klimovsky apela al oficio adquirido a lo largo de su dilatada trayectoria para salir airoso del envite, tal y como demuestra la facilidad con la que, con apenas un par de esbozos, logra definir el carácter de sus personajes principales en la escena de presentación de los mismos. Algo a lo que tampoco es ajena su competente dirección de un reparto coral formado por un buen número de habituales del fantaterror patrio, capaz incluso de sacar aceptables interpretaciones de actores tan limitados como Nadiuska o su hasta entonces inseparable Paul Naschy, en la que a la postre sería una de las últimas colaboraciones del madrileño con el realizador que le proporcionara algunos de sus primeros éxitos, dando vida a un mafioso sin escrúpulos
Al buen resultado del conjunto también contribuye un guión que, pese a recorrer con extrema fidelidad los lugares comunes del cine de temática post-apocalíptica, destaca por la soterrada ironía con la que está servido. Y lo hace desde su mismo planteamiento de base, con la reunión de un grupo de notables personalidades para llevar a cabo una fiesta en la que dar rienda suelta a sus deseos más primarios, reprimidos en su vida diaria por culpa de su socialización; los mismos instintos que aflorarán y acabarán por condenarles una vez esa sociedad se esté desmoronando y el único objetivo sea sobrevivir. Pero aunque los elementos en este sentido sean abundantes –cf. el grupo elitista que además de mantenerse a salvo de los efectos de la hecatombe se dedica a saquear la comida del pueblo; el hecho de que los únicos afectados por la explosión de cuantos moran en la mansión sean, precisamente, los miembros del servicio–, antes que formular una denuncia en clave política el objetivo de dicho material es el de ofrecer una nihilista mirada hacia el ser humano y su comportamiento, libre de moralinas pueriles. Así, la fuga de los dos miembros novatos de la orgía, quienes vienen a representar la parte menos corrompida del microcosmos convocado, no se saldará con éxito como sería esperable, sino que la pareja será interceptada y ejecutada por un grupo de atacantes comandados por el único pueblerino que no ha sufrido en sus carnes los efectos de la hecatombe, un ciego al que, para más inri, la muchacha había dado una limosna a su llegada al lugar.
Y es que quizás sea este personaje, el del invidente de toda la vida, el que mejor encierre el espíritu que vertebra el relato, por todo lo que su liderazgo tiene de instrumentalizada venganza contra aquellos que ahora encarnan la anormalidad humana, la misma que hasta el desastre atómico él venía representando/padeciendo en su villorrio, en lo que se antoja como una mordaz relectura del conflicto esbozado por Richard Matheson en su novela Soy leyenda. Este discurso se ve refrendado por el momento más inspirado de la puesta en escena de Klimovsky, en aquella secuencia en la que los protagonistas observan mediante un plano en picado el deambular errático y gimoteante de los habitantes del pueblo entre las estrechas paredes de la iglesia, el cual tendrá su contrapunto poco después cuando el personaje de Alberto de Mendoza se encuentre estudiando el comportamiento de unas hormigas alrededor de un hormiguero. Un paralelismo que demuestra bien a las claras cómo, tras siglos de evolución, el ser humano no deja de ser un animal cuyo comportamiento y reacciones están sujetas a simples patrones de conducta.
[1] A este respecto existe cierta controversia. Mientras que en la entrevista a León Klimovsky realizada por Carlos Díaz Maroto y Fernando Martin publicada originalmente en el nº 1 del fanzine Van Helsing (https://cerebrin.wordpress.com/2008/12/18/una-entrevista-con-leon-klimov...) el director de La noche de Walpurgis afirmaba que “del guión de Aranda [la película] mantiene los diálogos, la mayor parte de las situaciones y ese clima de poema trágico de ese mundo de ciegos en el que se desenvuelve”, en unas declaraciones del año 2007 a la web kane3 (http://www.kane3.es/cine/vicente-aranda-tu-hablas-de-cultura-y-se-van.php), Aranda comentaba que cuando acudió junto a Joaquim Jordà a ver Último deseo no encontró su guión “por ningún sitio”. Sin ánimo de enmendar la plana a nadie, quien esto suscribe ha tenido la oportunidad de leer el libreto original de la película y, salvo algún detalle e indicaciones de puesta en escena, el texto de Burgos, Jordá y Aranda es respetado en líneas generales por la película de Klimovsky.
[2] Diccionario personal y transferible de directores del cine español (Ediciones Jaguar, Madrid, 2006) de Ramón Freixas y Joan Bassa, página 38.
[3] Algo similar a lo que le ocurriría poco después al propio Klimovsky en su reivindicable film de terror psicológico Tres días de noviembre, cuyo tramposo título parece hacer referencia a la muerte de Franco en un momento en el que el cine de contenido político se encontraba de rabiosa actualidad dentro de nuestra industria.
https://cerebrin.wordpress.com/2011/01/07/ultimo-deseo/
Más información en
https://unfandepaulnaschy.wordpress.com/2010/01/11/ultimo-deseo/
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