Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
LA ESCLAVA DEL PARAÍSO
País: España-Italia Año: 1968 Duración: 90 min. Color
Dirección: José María Elorrieta.
Guion: José Luis Navarro y José María Elorrieta.
Fotografía: Antonino Modica.
Música: Nico Fidenco y G. Dell Orso.
Decorados: Wolfgang Burman.
Montaje: Antonio Ramírez.
Intérpretes: Luciana Paluzzi, Jeff Cooper, Raf Vallone, Perla Cristal, Rubén Rojo, Ricardo Palacios, Ana Casares, Tomás Blanco, Barta Barri, Adolfo Thous, Guillermo Méndez, Jacinto Molina, Eugenio Galadini, Gianni Puloni, Antonio Jiménez Escribano, Pilar Donoghue, Pedro R. de Quevedo.
Sinopsis: Kassim Ben-Ibrahim, gran visir de Granada, es depuesto y ejecutado tras ser falsamente acusado de traición por Hixxum, quien ocupa su cargo. Tiempo después, Omar Ben-Ibrahim, el hijo de Kassim, llega a la ciudad. Informado de la suerte que corrió su padre, Omar jura tomar venganza contra su asesino…
A pesar del largo periodo de ocupación árabe de la península ibérica y, por ende, del legado cultural derivado de tal situación, han sido escasas las ocasiones en las que el cine español ha visitado este período para ambientar sus historias. De entre los pocos títulos que sí lo han hecho, son mayoría las reconstrucciones históricas de algunos de los más importantes acontecimientos acaecidos durante la Reconquista, tanto desde un tratamiento, digamos, “serio”, como desde una óptica paródica. Es por ello que en este contexto destaque la existencia de un film como La esclava del paraíso / Sharaz (1968), coproducción con Italia orquestada por Sydney Pink y dirigida por José María Elorrieta, cineasta todo terreno que, sin salirse de los márgenes del cine de género, ya había utilizado años antes otro de los capítulos menos aprovechados de la historia de España para dar forma a una de sus películas, Los conquistadores del Pacífico / Il leggendario conquistatore (1963), aventurera visión del descubrimiento por parte de Vasco Núñez de Balboa del océano que le da título.
Realizada durante una breve oleada de películas de aventuras arábigas surgidas de entre los estertores del péplum, el porqué de la condición de rara avis de La esclava del paraíso para con las características anteriormente señaladas se basa, fundamentalmente, en dos aspectos. Por un lado, debido a su nulo rigor histórico, ya que pese a estar desarrollada en la Granada de los Califas, toda su trama es totalmente imaginaria, lo que no es óbice para que durante la cinta se aluda indirectamente al gran desarrollo cultural y tecnológico que por entonces vivía el mundo musulmán. Y por otro, por su inscripción dentro de los parámetros de la fantasía oriental, terreno este a duras penas transitado por nuestra cinematografía, y representado por la presencia en su trama de un genio (sin lámpara) caracterizado bajo los atractivos rasgos de la chica Bond Luciana Paluzzi.
Pero a la conjunción de tales circunstancias tienen que ver, y mucho, los modelos tomados como referencia por la cinta. No en vano, el principal espejo en el que ésta se mira es el de las películas de aventuras orientales que durante la década de los cuarenta y cincuenta acometiera la industria hollywoodiense, y en especial, aquellas inspiradas en Las mil y una noches[1]. De ellas toma ingredientes argumentales tan propios de este tipo de productos como el consabido genio, los visires usurpadores, los príncipes destronados, las revueltas populares, los bailes exóticos, o el inevitable clímax final en el que los dos antagonistas de la historia se enfrentarán a muerte en singular duelo a cimitarra. Siguiendo con esta tónica, tampoco falta el concurso del leal e inseparable compañero del protagonista encargado de poner la nota de humor en la función, misión que en este caso es compartida con el personaje interpretado por Ricardo Palacios.
Precisamente, es esta total sumisión narrativa de la película al esquema referido, en combinación con su ambientación hispánica, lo que acaba por provocar la aparición de ciertos rasgos realmente sorprendentes si se analizan bajo el prisma de la situación política que vivía nuestro país en la época de su rodaje. Estos no son otros que el grito de guerra utilizado por Omar y su grupo de leales en su lucha contra el tirano Hixxum, “Por Granada y por la libertad”, cuya doble lectura resulta más que evidente, máxime habida cuenta de los crudos capítulos de represión vividos en la ciudad andaluza durante la Guerra Civil. Empero, y como ya ha quedado apuntado, nada parece indicar que esta potencial carga subversiva para con el régimen franquista respondiera a una posible intencionalidad por parte de sus responsables, sino fruto de la más pura casualidad.
Amén de lo ya mencionado, dentro de la previsibilidad de la propuesta existen otros elementos dignos de reseñar, si bien en su mayoría sólo sea, justamente, por apartarse en cierta medida del canon establecido. Tal es el caso del agradable y risueño villano compuesto para la ocasión por Raf Vallone, o de una banda sonora en la que los tradicionales ritmos arábigos son fusionados con el sonido de modernas guitarras eléctricas. Sin embargo, el más sobresaliente de todos estriba en la idea de utilizar la Alhambra y sus alrededores como escenarios naturales donde filmar la película[2], lo que, además de contribuir al atractivo visual de su fotografía, potencia la verosimilitud de su ambientación.
Con todo, tampoco el conjunto está a salvo de ciertas deficiencias. Como ejemplo podemos mencionar la feísta caligrafía de la que hace gala la realización de Elorrieta[3], debido a su uso y abuso del zoom, así como por algunas incongruencias en las que incurre su guión, de entre las que sobresale el que, si como se dice los prodigios del genio solo duran unos pocos minutos para después aquello sobre lo que fue realizado volver a su estado anterior como si nada hubiera pasado, esto no ocurra cuando éste teletransporte el tesoro del Visir, sin que medie asimismo ninguna explicación que justifique la excepcionalidad de este hecho. Sea como fuere, estos defectos no evitan que la película acabe saldándose con un simpático resultado, en buena medida por hacer de su honradez, su simpleza y su falta de pretensiones sus mejores aliados.
Así las cosas, no queda por menos que terminar recalcando la participación en la cinta acreditado bajo su verdadero nombre de Paul Naschy, quien da vida de forma más bien gris a un anecdótico personaje, el de un guardia real que, sin embargo, será fundamental para el desenlace de la película. A buen seguro que pocos habrían apostado entonces que aquel forzudo de frente despejada llegaría a convertirse con el transcurrir de los años en una de las principales figuras de nuestro cine.
[1] No en vano, su título para el mercado anglosajón es 1001 Nights.
[2] Años después, otra película de fantasía oriental como es la maravillosa El viaje fantástico de Simbad (The Golden Voyage of Sinbad, 1974) de Gordon Hessler, repetiría algunas de estas localizaciones para ambientar parte su historia.
[3] Aunque para quien esto firma no exista el menor atisbo de duda acerca de la paternidad de la cinta, no está de más citar lo que Ángel Gómez Rivero escribe en la filmografía de su reciente libro compartido con Ángel Agudo, Paul Naschy. La máscara de Jacinto Molina (Editorial Scifiworld, 2009), a propósito de La esclava del paraíso: “Aunque firmada por José María Elorrieta, Paul recuerda más a Rafael Moreno Alba llevando las riendas de la puesta en escena” (pág. 338).
https://cerebrin.wordpress.com/2010/07/02/la-esclava-del-paraiso/
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