Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
ESTHER EN ALGUNA PARTE
País: Cuba-Perú Año: 2013 Duración: 82 min. Color
Dirección: Gerardo Chijona.
Guión: Eduardo Eimil basado en la novela homónima de Eliseo Alberto Diego.
Fotografía: Rafael Solís.
Música: José María Vitier.
Dirección artística: Lorenzo Urbitztondo, Nanette García y Jorge R. Zarza.
Montaje: Miriam Talavera.
Intérpretes: Reynaldo Miravalles, Enrique Molina, Daisy Granados, Luis Alberto García, Laura de la Uz, Héctor Medina, Danae Hernández, Eslinda Nuñez, Elsa Camps, Paula Alí, Alicia Bustamante, Verónica Lynn, Raúl Pomares.
Sinopsis: A un año de la muerte de su esposa Maruja, Lino Catalá, un anciano serio y formal, es abordado por Larry Pó, un anciano estrafalario con múltiples personalidades, quien le dice que su mujer llevaba una doble vida: de día un ama de casa común y corriente, y de noche una imponente cantante de boleros. A partir de este momento, los dos ancianos se unen en una minuciosa búsqueda en el pasado de Maruja, al tiempo que intentan encontrar el paradero de Esther Rodenas, el gran amor de la vida de Larry. Mientras siguen el rastro de las dos mujeres a las que amaron, surge entre ambos una amistad que los transforma de manera definitiva.
El gratificante retorno del actor Reynaldo Miravalles a la pantalla cubana, como dulce oda a la concordia nacional en el arte, no es el único mérito que puede abrogarse la reciente cinta cubana Esther en alguna parte (Gerardo Chijona, 2013), donde el personaje protagónico de Lino Catalá, encarnado por Miravalles, cuenta con la muy simpática contrafigura del Arístides Antúnez o Larry Pó (o mil nombres más) asumido por Enrique Molina.
Decidido a sacudirse de una vez el estereotipo de patriarca retrógrado y gruñón que lo ha signado durante la última década en la fílmica criolla, desde Video de familia (Humberto Padrón, 2002) hasta El cuerno de la abundancia (Juan Carlos Tabío, 2009) y Lisanka (Daniel Díaz Torres, 2009), el actor echó mano de su versatilidad para dar un timonazo histriónico casi tan brusco como el suscitado en los minutos iniciales del cortometraje Exit (Eduardo del Llano, 2011) cualificando artísticamente la producción de marras, más allá de las innegables implicaciones nostálgicas y evocativas que supusieron reunir alrededor del inolvidable Pedro “cero por ciento” (De tal Pedro tal astilla, de Luis Felipe Bernaza, 1985) a toda una horda de notables figuras pervivientes de la cinematografía cubana de las últimas tres décadas, como Daisy Granados, Eslinda Núñez, Alicia Bustamente, Verónica Lynn, Miriam Learra, Raúl Pomares, además de Elsa Camp, Paula Alí y los más recientes pero igualmente cardinales Luis Alberto García (Hijo) y Laura de la Uz.
Verdadera y trascendente sorpresa guardada por Esther… para los espectadores, el bufonesco carácter de Molina, quien se entenebrece paulatina y orgánicamente hasta alcanzar verdaderas dimensiones trágicas hacia el final de la obra, resulta suerte de detonante vital, explosivo saboteador de la monótona existencia del viudo Lino. Se articulan ambos en una suerte de pareja quijotesca en pos del aventurero descubrimiento de la doble vida llevada por la difunta esposa de quien fuera impresor de la revista “Orígenes”, guiño cultural curioso, pero dramatúrgicamente irrelevante a la larga, y de la ideal doncella Esther, amada del charlatán cirquero.
El engarce simbiótico de personajes inicialmente antagónicos que irán “contaminándose” mutuamente hasta permutar personalidades en definitivo acto de exención, adscribe esta cinta basada en la novela homónima de Eliseo Alberto Diego, en la suerte de subgénero o corriente cinematográfica de las “parejas contrastantes” cuyo sino crepuscular está dado tanto por las edades como por las circunstancias aciagas. Inaugurado mucho antes por el propio Miguel de Cervantes con los avatares de Alonso y Sancho, es muy caro para el cine estadounidense, donde tales roles axiales han sido encarnados mil y una veces por los inolvidables Jack Lemmon y Walter Matthau como los Felix y Oscar de The Odd Couple (Gene Saks, 1968); Jeff Bridges (Jack) y Robin Williams (Parry) en The Fisher King (Terry Gilliam, 1991); Tom Hanks y Tim Allen como los Woody y Buzz de la franquicia animada Toy Story (John Lasseter, 1995, 1999 y Lee Unkrich, 2010); Morgan Freeman (Carter) y Jack Nicholson (Edward) en The Bucket List (Rob Reiner, 2007).
Esther…, además de ser un filme soportado en esta colisión-mixtura de caracteres, es una obra de iniciación tardía y redención final de los personajes protagónicos, quienes ven quebradas sus respectivas burbujas cosmovisivas, en las cuales se han protegido por ignorancia, en el caso de Lino, o por miedo, en el caso del multi-travestido Arístides, quien prefiere ser muchos, menos él mismo. Finalmente, con este problemático y gracioso ente, se deslinda Molina de todo el resto de una película a la larga muy irregular en cuestiones de narratividad cinematográfica y estructura dramatúrgica, cuyas acciones y sucesos ocurren y progresan accidentadamente.
Con temblorosa mano es conducida la nao fílmica, de grandes pero apocados potenciales como tragicomedia, reducida muchas veces a una graficación episódica del libreto, que tanto desecha como aprovecha muchas oportunidades significativas. Pletórica está de innúmeros callejones sin salida que atrapan a la audiencia en irresolutos y pocos significativos conflictos. Téngase como ejemplo la historia de amor de los jovenzuelos Ismael (Héctor Medina), sobrino de Larry y Sofía (Danae Hernández), subtrama que pudo ser dotada de simbolismo útil para la trama principal sin trascender al final la condición de añadidura parásita e irrelevante; o la realmente lamentable escena del “desenmascaramiento” de Larry por el teniente Chang (Luis Alberto García “Hijo”), sobrino político de Lino que apenas deviene en accesorio facilista para resolver posteriores situaciones, no obstante un poco más útil que su mucho más desaprovechada esposa Ofelia (Laura de la Uz).
Zurcidas están las secuencias con débiles y evidentes hilvanes que delatan una edición apresurada, además de poco sentido de la progresión dramática, algo no extraño a la obra de Chijona: Un Paraíso bajo las Estrellas (1999), Perfecto Amor Equivocado (2004), y Boleto al Paraíso (2011) evidencian una especie de palmaria incapacidad narrativa para concretar a plenitud conflictos inicialmente bien planteados, que luego naufragan en una dispersión casi caótica de sucesos y personajes. A una larga introducción se le apresura un débil clímax y un desenlace poco orgánico aunque no carente de una verdadera gracia, en gran medida acreditada a Miravalles, quien saca a relucir su grandeza de antaño, logrando un plano-secuencia final muy digno.
Difícilmente olvidable para la historia emotiva del cine cubano será esta transfiguración conclusiva del decano actor, quien sonríe afectada pero sinceramente y con cierta maliciosa remembranza al Cándido de Alicia en el pueblo de Maravillas (Daniel Díaz Torres, 1990), a una cámara que con regocijo lo vio levantarse de entre la sulfurosa bruma amarilla donde décadas atrás se disolvió su mefistofélico personaje tras caer de un puente.
https://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2013/03/11/esther-en-alg...
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