Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
País: Francia-Camboya Año: 2006 Duración: 90 min. Color
Dirección y guión: Rithy Panh.
Fotografía: Prum Mésar.
Música: Marc Marder y Agnès Sénémaud.
Montaje: Marie-Christine Rougerie.
Documental
Sinopsis: En un edificio de Phnom Penh viven 13 prostitutas menores de 20 años. Al filmar sus conversaciones de cerca, sin voyeurismo pero también sin querer manipular los sentimientos del espectador, Rithy Panh nos sumerge en el desamparo más profundo del ser humano, en el que viven estás jóvenes destruidas, convertidas en verdaderas parias de la sociedad actual de Camboya, donde hay 30.000 prostitutas, un tercio de las cuales tienen menos de 17 años. Rithy Panh sigue explorando aquí las heridas de un pueblo mutilado por el genocidio perpetrado por los Jemeres rojos hace treinta años, e intenta luchar contra la amnesia que aqueja al país.
Siendo espectadores de Le papier ne peut pas envelopper la braise de Rithy Panh, uno no puede dejar de pensar en Pedro Costa. En su obstinada atención a los desfavorecidos y en su necesidad de colocar la cámara en los lugares donde éstos sobreviven. Aún así, siendo espectadores del documental del camboyano al tiempo que de las películas del portugués, uno es capaz de percibir con inmediatez el abismo que separa ambos cineastas tanto en lo referente a sus preocupaciones artísticas como a sus motivaciones para dar visibilidad a esas realidades para las que desearíamos no poseer mirada alguna. El peso de la propia biografía late y se muestra con toda crudeza en los fotogramas de Le papier ne peut pas envelopper la braise convirtiendo la película en el lugar de batalla donde el cineasta parece librarse a la destrucción de lo que aún queda de él. Un impúdico intento de liberación muy común en el cine asiático (Naomi Kawase, Jia Zhang Ke) que difícilmente encontraríamos en otras cinematografías u otros cineastas, con las excepciones si cabe del atormentado Pier Paolo Pasolini y del maestro François Truffaut de Le quatre cents coups.
Al visionar Le papier ne peut pas envelopper la braise uno tiene la sensación que el cineasta sigue intentando comprender la masacre que cambió el rumbo de su vida: el asesinato de toda su familia en los campos de concentración del régimen de los khmers. Aunque Rithy Panh trata directamente el tema en su reconocida obra maestra S-21, la machine de mort Khmère rouge, la carga trágica de esta pérdida parece perseguir todas y cada una de las decisiones que afectan a su cine convirtiendo sus películas en grandes interrogaciones sin respuesta sobre el origen del mal y del dolor. Existe en el cine de Rithy Panh un agujero negro, una impotencia ante la imposibilidad de obtener el ‘porqué’, una exploración del sufrimiento del que no se puede ofrecer su contracampo. Este es, por tanto, el axioma que singulariza la película. En él, el cineasta retrata las penosas condiciones de vida de las prostitutas camboyanas al tiempo que recoge el relato de sus miserias, su frondosa infelicidad y sus dificultades para seguir viviendo. La película transcurre únicamente en el edificio marginal en el que habitan y ellas son las únicas figuras que aparecen. Su marginalidad y la inexistente opción de obtener un reconocimiento social se acentúan por la imposibilidad del cineasta de mostrar el origen de su sufrimiento, desde la más abstracta estructura socioeconómica hasta el más concreto grupo de clientes cuyo menosprecio recogen ellas a través de sus palabras.
Esta imposibilidad de mostrar en imágenes al culpable de un sufrimiento que va acentuándose a lo largo del metraje erige la ausencia de contracampo en gran protagonista de la película al tiempo que deriva hacia el espectador una posible asunción de responsabilidades. Esta incomodidad se incrementa por la menos creíble lucidez de las protagonistas y por un cierto acartonamiento en la puesta en escena. La elección de Rithy Panh en este sentido es clara, no hay intento alguno de ocultar ni el trabajo de construcción de los personajes para la cámara ni el trabajo de montaje dinámico del cineasta. Aún así, hay en Le papier ne peut pas envelopper la braise dos momentos de conmovedora verdad por donde inevitablemente se rompe el excesivo control del cineasta sobre los materiales de su película: cuando la hija de una de las prostitutas se resiste a besar a su madre ocasionando sus lágrimas sinceras y la panorámica que explora el cuerpo enfermo de una de las compañeras. En ambos casos, se abre una brecha por donde aflora nuestra curiosidad no solamente por conocer la cara del contracampo causante de semejante situación sino por conocer los entresijos del rodaje de la película. No puedo dejar de preguntarme cómo debe ser el material que ha desechado Rithy Panh en el proceso de construcción de su película y me imagino que, en él, las prostitutas camboyanas dejan su lucidez aparte y nos regalan sus silencios, sus debilidades, sus paréntesis o sus sueños inconfesables. Estoy convencida que en este material existe otra película donde, si bien la ausencia de contracampo sigue siendo la protagonista, los personajes son capaces de ofrecerse a través de una sinceridad sin palabras.
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