Cultura y Patrimonio Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social
País: Cuba-España-Francia Año: 2003 Duración: 135 min. Color
Dirección: Rigoberto López.
Guión: Eugenio Hernández y Rigoberto López.
Fotografía: Livio Delgado.
Música: Sergio Vitier.
Dirección de producción: Humberto Hernández.
Dirección artística: Derubín Jácome y Nieves Laferté.
Vestuario: Diana Fernández y Vladimir Cuenca.
Montaje: Nelson Rodríguez y Lina Baniela.
Intérpretes: Jorge Perugorría, Lía Chapman, Abel Rodríguez, Rubén Breñas, Eman Xor Oña, Raúl Martín, Pablo Guevara, Edwing Fernández, Raúl Pomares, Leonardo Benítez, Nelson González, René Losada.
Sinopsis: Primera mitad del siglo XIX en el Caribe. Una bella y distinguida mujer negra llegada de Santo Domingo y un romántico comerciante alemán recién llegado al país son los personajes centrales de una historia de amor sin límites que hizo a la más rica plantación cafetalera de Cuba, Angerona, alcanzar su momento culminante. En un período sombrío, en un lugar rodeado por la intolerancia y la incomprensión, los choques de intereses y el poder absoluto, Ursula Lambert y Cornelio Souchay son más que dos culturas, dos identidades, dos formas de ver la vida. El amor es una utopía condenada para dar cabida al destino, al destino de una gran plantación cafetalera: Angerona. Es belleza y flaqueza. Una metáfora de nuestros tiempos. La historia de una obsesión y de una esperanza: vivir en un mundo mejor.
Ya hemos lamentado la ausencia, o la pérdida de un “cine serio”; pareciera el cine cubano condenado eternamente a la ligereza de la comedia, o al menos, a la unipolaridad genérica, cuando de siempre ha habido en la producción cubana post-revolucionaria, ese tipo de obra medular, que trata los conflictos en toda su desgarradora dimensión. Y siempre hay que hacer la aclaración: nada en contra del humor, somos y seremos un pueblo que ríe, y lo que es mejor, que acostumbra a exorcizar sus demonios, a paliar sus problemas y dificultades y hasta a buscarles alguna solución, a través del analgésico de la risa. Pero una cosa es ésta y otra que todo se reduzca a ello, que desaparezca “el otro” cine, o que el representante del mismo sea tan fallido que lo mejor sea continuar la prescindencia.
Y es aquí donde nos estimula y alienta un film como Roble de olor (2003), que firma un cineasta que ya había dado muestras de indudable talento sobre todo en el documental (a él pertenecen títulos tan aplaudidos y celebrados por la crítica, conquistadores de lauros en festivales nacionales e internacionales como El viaje más largo o Mensajero de los dioses), aunque no le era indiferente la ficción, no sólo porque en sus trabajos encontramos no pocos elementos y procedimientos ficticios, sino porque ya incursionó en ella con el original corto La soledad de la jefa de despacho (1990), crítica a formas de privilegios manifestadas en estratos de la burocracia, la rendición de principios éticos ante las tentaciones materiales, dados a través del personaje emblemático, un alto funcionario.
¿Qué es su primera incursión “en grande” dentro de la ficción? El propio Rigoberto nos cuenta: “Primera mitad del siglo XIX, en Cuba, en el Caribe; espacio de inconstancias, de enigmas, sueños y tragedias sin fin. Una mujer negra, hermosa y distinguida procedente de Saint Domingue (Haiti), y un alemán –romántico comerciante recién llegado a la Isla–, protagonizan la historia del infinito amor que hizo fructificar el cafetal más rico de Cuba: Angerona. En un periodo oscuro, en un lugar cercado por la intolerancia y la incomprensión, la confabulación de intereses y el poder absoluto, Ursula Lambert y Cornelio Souchay son algo más que dos culturas encontradas, dos identidades, dos modos de pensar la vida. El amor es una condenada utopía que lucha por la consumación de un destino, el de un gran cafetal: Angerona, su belleza y su fragilidad. Metáfora de nuestro tiempo. La historia de una obsesión y de una esperanza: Vivir en un mundo mejor”.
Con un guión escrito junto al dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa (María Antonia), López incursiona en la Historia desde su mejor lectura: la que se realiza para cuestionar el presente, incluso fuera de las coordenadas espaciales; su historia (ahora así, en minúsculas) apunta a reflexionar en torno a los problemas sociales, políticos, económicos y en general humanos, que coartan y hacen abortar los más hermosos sueños; el egoísmo, la envidia, la intolerancia, el racismo, el “monopolio del pensamiento”, la egolatría, el estancamiento y otros males semejantes, no son entelequias, y es algo que el texto deja bien claro, sino personas, estructuras, hechos concretos, todo apuntando a una maquinaria, conformándola, que puede abortar los más consolidados proyectos, los más hermosos y nobles ideales.
La Angerona del film no es la Utopía de Moro o la Tule de Colón, sino un espacio que demostró como los seres humanos, al margen de sus creencias, el color de su piel o sus ideas políticas, pueden amar(se), crear, trabajar; la diferencia entre una prima celosa y malvada, un juez que considera endemoniados a unos negros músicos y un rico hacendado que alquila matones para interrumpir lo que huela a disidencia, es sólo de métodos; en el fondo, tanto ellos como los suyos sólo pueden odiar, y proyectar esa energía negativa hacia la destrucción y la muerte donde los otros, los creadores y los hombres de bien, han sembrado amor y obra.
Por otra parte, se insiste en el mestizaje como la columna vertebral no sólo de nuestra sincrética isla, sino del Caribe todo: el color de este roble es lo mulato, el tono es la amalgama, el guillenesco “todo mezclado”, donde el piano del Romanticismo se une al tambor de la campiña, y donde las fugas barrocas europeas se enriquecen con el barroco americano de las frutas multicolores, las escalas musicales tan complejas como aquellas, y el ritmo de cajón, la clave esencial.
El guión de Espinosa-López ha cuidado tanto la compleja caracterización de personajes, como su imbricación histórica, como la evolución de sus acciones dentro de una narración coherente y fluida; quizá sólo haya que reprocharle cierto aire libresco, sentencioso a los diálogos, sobre todo en la primera parte, defecto que afortunadamente va cediendo a medida que avanza la historia.
Pero debe reconocerse, digamos, el tino de los escritores para rozar peligrosamente el exceso melodramático sin ceder a su tentación: la pasión que informa el argumento es tan fuerte, que sin tal cuidado pudo aterrizar peligrosamente en el folletín, mas son las ideas, los sentimientos legítimos, las motivaciones tanto individuales como de grupos (los varios que se cruzan en la anécdota) los que protagonizan el sujeto y sus implicaciones tanto narrativas como dramáticas.
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